No ha sido nunca muy generoso este país con los creadores que operaban como versos sueltos, aquellos que preferían salirse del tiesto y transitar por territorios en los que el camino apenas aparecía esbozado. A Casal se le vio demasiado a menudo como un artista estrafalario, sin reparar apenas en que además, y sobre todo, era innovador. Fue el menos convencional y aprehensible de los artífices de la movida, un maravilloso rey de los excesos al que mucho de los observadores solo supieron evaluar por su colección de levitas o la intensidad del maquillaje. Tino Casal era glamur, sin duda. Era compromiso con el espectáculo en primera persona del singular, aunque en este caso habría que reinventar la gramática para hablar del “singularísimo”. Y dejó una huella tan propia que nadie acabó de atreverse a tomar el testigo. Es curioso que hayan tenido que ser músicos mucho más jóvenes, como el tándem gallego Presumido, los que un cuarto de siglo después abracen de una manera más evidente el legado del geniecillo asturiano. Perdimos a José Celestino Casal terriblemente pronto, en aquel accidente de circulación de septiembre de 1991 que nos lo arrebató con apenas 41 años, y solo la tragedia sirvió para que fueran definiéndose las hechuras del mito. Esta caja integral que ahora ve la luz (y que recoge, en efecto, absolutamente todo el material disponible del homenajeado) constituye un acto de justicia, sin duda, además de un objeto de deseo. No está al alcance de cualquier bolsillo, inevitablemente, este artefacto del que solo se han puesto en circulación 300 ejemplares, pero es una bendición que existan impulsores del coleccionismo como los responsables del sello Lemuria. Porque Integral es una golosina para los oídos, un empacho de emociones para el tacto y hasta un objeto deslumbrante para la vista, ya solo con que descubriéramos el despliegue cromático que se desarrolla en las seis reediciones en vinilo, cada una en un plástico de color más llamativo. Y porque solo aquí recuperaremos el discurso íntegro y abruptamente interrumpido de un hombre con vozarrón avasallador y talento muy manifiesto. La gran joya es Quimera, grabaciones inéditas o muy poco conocidas de la segunda mitad de los setenta que nos muestran a un Casal postulándose como alternativa a Camilo Sesto: melódico, ultrarromántico y con un concepto muy teatral de la interpretación vocal. Volarás, volaré es, en ese sentido, un tesoro de primer orden. A partir de ahí entramos en territorio conocido con Neocasal (1981), el estreno del personaje que no dejó indiferente a nadie, nuestro genuino rey del glam: los tiempos de Champú de huevo, un tema al que los años solo han servido para conceder mayor capacidad de deslumbrarnos. Las reediciones de Etiqueta negra, Hielo rojo, Lágrimas de cocodrilo e Histeria, con las que se completa la discografía oficial íntegra, se enriquecen con un séptimo cedé en directo, de interés más documental que definitorio (Casal era un producto tan sofisticado que su fuerte estaba en el estudio) y un octavo disco, en este caso DVD, con una abundantísima recopilación de apariciones televisivas, a menudo espectaculares o delirantes. Y el libro, en formato de 30 por 30 centímetros (para asemejarse a los vinilos y que todo se encuadre en la misma caja), supone un despliegue gráfico absolutamente insólito. Qué bien encontrar a melómanos amantes del oficio discográfico y de la preservación de nuestro legado histórico.
Una matización relativa al título del artículo, la obra de Casal no abarca 1990 sino hasta 1989. El disco titulado “1990 Histeria”, se publicó en 1989.
Que bueno tener a periodistas como tú que escriban tan bien . Gracias por las palabras a Pablo de Lemuria , creo que es el último romántico.