Hablar bien de Coldplay es el camino más corto y seguro para que en una reunión de oráculos musicales te pongan caras raras. A mí me ha sucedido en varias ocasiones y no pienso preocuparme por ello: los prejuicios son nocivos; las envidias, muy malas, y las excelencias de al menos los dos primeros álbumes de la banda, abrumadoras. Es verdad que a partir de ahí los pasos han sido más tambaleantes y las pretensiones de Chris Martin, más las de un afable entretenedor que las de un gurú del pop británico del siglo XXI. Y resulta evidente que las eclosiones de color unifican el discurso, lo hacen tan previsible que cuando llegamos a “A head full of dreams” (2015), por ahora último trabajo en estudio, tuvimos la sensación de haberlo escuchado ya antes de quitarle el precinto. Pero todo ello no quita para que esta doble entrega en vivo –completada con un doble DVD: un segundo concierto, en Río de Janeiro, y un documental– resulte una pequeña delicia, por más que le pese a la amplia y furibunda nómina de detractores. El cuarteto despliega no solo su ya colosal de himnos para estadios en éxtasis, sino una dimensión empática admirable. Martin se tira toda la noche chapurreando en castellano con el público, entrega una canción nueva al auditorio escrita ex profeso (“Amor Argentina”) y, aún más asombroso, aborda sin previo aviso una versión de “De música ligera”, de los idolatrados Soda Stereo. ¿Algún otro artista de masas es capaz de tales complicidades? Da igual que “Viva la vida” comience con voz temblorosa: notamos el éxtasis. Como cuando 50.000 gargantas vociferan al unísono aquello de “Nobody said it was easy”. Los mejores discos en directo son aquellos que emocionan también a quienes no vivimos el recital en cuestión. Y este lo consigue.