Alguna vez lo hemos comentado ya, pero un álbum como este lo refrenda: suceden cosas en la escena de la música popular portuguesa que a cualquier observador un poco despistado le costaría creer. La acogida rotunda de una banda instrumental como Dead Combo en las listas de éxitos, por ejemplo, ya supone todo un indicio de que nuestros vecinos peninsulares manejan unos parámetros de apertura mental muy superiores a los nuestros, una tendencia al eclecticismo de la que ya deberíamos empezar a ser conscientes con los rotundos éxitos internacionales que en los años noventa representaron primero Madredeus y luego Rodrigo Leão, uno de sus antiguos integrantes. Un cuarteto como Danças Ocultas está llamado, por su propia filosofía, a cotas de popularidad más humildes, pero su consolidación en la escena portuguesa ya de por sí es un fenómeno del que felicitarnos y tomar nota. Porque estos curtidos y peculiares danzarines no son sino un cuarteto de ¡acordeones!, pero lo primero y más importante que debemos advertir sobre ellos es que no pretenden erigirse en un referente endogámico para acordeonistas. Es decir, no se precisa ser un gran conocedor de este instrumento, ni siquiera un rendido devoto de su sonoridad para acabar admirando una arquitectura musical en la que unos pocos ingredientes proporcionan sensaciones muy amplias. Las composiciones ahondan en esa línea de música tradicional contemporánea que tan bien han trabajado grupos como los polacos Kroke, a los que pueden recordar con cierta frecuencia. Azáfama, por ejemplo, aúna la inspiración en los géneros populares con la escritura minuciosa y metódica del músico de conservatorio. Sumemos a todo ello el concurso decisivo del venerado violonchelista brasileño Jaques Morelenbaum, que ejerce una especie de padrinazgo sobre la banda y aporte su timbre y sabiduría en nueve de los 11 cortes. Lo más sencillo con este Dentro desse mar es comenzar a desentrañarlo a partir de O teu olhar, una preciosidad que cuenta con el concurso de la maravillosa fadista Carminho. Pero incluso los menos familiarizados con el acordeón en particular y la música sin palabras en general se encontrarán en un territorio particularmente acogedor. Porque la belleza, a fin de cuentas, no sabe de fronteras ni categorías.