El todavía joven pianista salmantino Daniel García Diego encarna uno de los episodios más emocionantes que ha emergido de las aguas del nuevo jazz contemporáneo en la última década, y su mismo fichaje por el sello alemán ACT, una escudería exigente y venerable, ya servía como refrendo de que la crítica española no se estaba dejando llevar por ningún chovinismo rampante. Con todo, el debut de hace un par de temporadas para el sello de Munich, Travesuras (2019), no acababa de ser fiel al espíritu invocado desde el título, como si la responsabilidad abrumara a García en ese primer asalto al mercado internacional. Si tal intuición dejaba aquel álbum un poco por debajo de las expectativas, esta segunda entrega solo puede propiciar nuestro entusiasmo. Ese gran disco que todos imaginábamos para una figura tan sobresaliente como la de Daniel ya se encuentra entre nosotros.
No ha cambiado la alineación, puesto que nuestro protagonista sigue encomendándose a dos de esos cubanos lúcidos y de imaginación insaciable que han ensanchado de manera espectacular la escena madrileña, el batería Michael Olivera y el contrabajista Reinier “El Negrón”. Pero García suelta los dedos, prescinde del freno de mano y asombra con dos composiciones bellísimas, superlativas, que por sí solas ya bastarían para colocarle en las estratosferas de Brad Mehldau o el tantas veces añorado Esbjörn Svensson. Nos referimos a The silk road y Pai lan, la primera agrandada por la trompeta de Ibrahim Maalouf y la segunda en impagable alianza con el clarinete de Anat Cohen. A Cohen, de hecho, volvemos a disfrutarlo en la pieza que sirve para titular el elepé, otro ejemplo de que Daniel es un compositor simple y llanamente soberbio.
La presencia de colores aflamencados enriquece hasta cuatro de los 10 cortes, todos ellos con piezas prestadas, lo que permite intuir que García no cree ofrecer garantías suficientes en ese ámbito. El resultado es igualmente encantador, aunque menos singular. E incluso cabe objetar que tanto la Canción del fuego fatuo (Manuel de Falla) como La leyenda del tiempo que inmortalizara Camarón son dos títulos tantas veces visitados que se hace complicado encontrarles nuevas perspectivas. El guitarrista Gerardo Núñez comparece para liderar un tema propio, Calima, así que la mayor perla en este lote la encontramos con Volar, traducción pianística para el eterno Paco de Lucía.
Vía de la Plata se perfila, en cualquier caso, como acontecimiento jazzístico de primer orden para esta España de 2021 y refrenda la valía de un intérprete elegantísimo y, aún más importante, un compositor sensacional. Las otras tres piezas de su autoría, Calle Compañía, Spring of life y la sutilísima Mar de la tranquilidad certifican las mejores sensaciones. Cuesta encontrar un trabajo tan brillante y, a la par, accesible, en el jazz peninsular de este siglo ya no tan nuevo. Daniel traduce sabiduría folclórica e intuiciones personales a un lenguaje para el que ya no caben fronteras. Ojalá que esta colección le acerque hasta escenarios lejanos.