El melómano clásico no suele echar de menos las imágenes para disfrutar de un disco en directo. Pero incluso entre aquellos alérgicos a colocarse frente al televisor, este despliegue ahora plasmado en formato de caja discográfica es particularmente propicio para hacer una excepción. Lo de Gilmour en Pompeya fue un espectáculo, en todas y las más amplias acepciones. Emociona ver a un hombre de 70 años en tan magnifica forma, tan estupendo de voz (esos agudos en Money) y todavía hoy inconfundible con solo pulsar la primera nota en su guitarra.

 

Abruma la calidez de sus acompañantes, el color de los saxos, ese trío excepcional de segundas voces. Sorprende que Rattle that lock, a ratos tan anodino en el estudio solo un año atrás, adquiera un empaque notable en Faces of stone o la brillantísima In any tongue. Y, evidentemente, encandila adentrarse en esos clásicos inmortales de Pink Floyd, en sendas versiones muy difíciles de superar de Shine on you crazy diamond y Wish you were here o en la recuperación de esa preciosidad casi iniciática que era Fat old sun, para la que tenemos que remontarnos hasta 1970.

 

Debió de ser grandioso para los afortunados que lo vivieran in situ. Pompeya es un enclave mítico para el rock desde el documental de los Floyd en 1971, pero las dos noches de Gilmour eran las primeras actuaciones en ese anfiteatro en… casi dos milenios. La realización, casi sobra decirlo, es detallista y abrumadora, sobre todo con sus panorámicas aéreas. Pero a partir de la segunda escucha podemos desconectar la tele y flotar con los ojos cerrados. David Gilmour le ha puesto el listón bien alto a su viejo socio y ya prolongado antagonista Roger Waters. Pero tampoco se trata de comparar: con exhibiciones como Live at Pompeii salimos ganando todos.

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