No resulta sencillo explicar en pocas palabras quién es Dom La Nena ni a qué se dedica, lo que habla bien de su singularidad. Y tampoco encontraremos con facilidad algún que otro álbum al que buscarle parentesco con este Tempo, así que asumamos el feliz reto de asomarnos a un universo razonablemente poco explorado.
Intentemos contexualizar, pese a todo. Cantautora brasileña afincada en París, siempre a caballo entre el portugués, el castellano y el francés a la hora de afilar el lápiz. Tercer disco con nombre propio, casi seis años después de su antecesor (Soyo, 2015), aunque en este sexenio no ha andado precisamente desocupada: alterna la carrera solista con Birds On A Wire, un dúo de versiones refinadas junto a su íntima Rosemary Standley, cantante francoestadounidense. Y el violonchelo como protagonista no ya destacado en Tempo, sino casi hegemónico: Dom superpone capas y capas de su instrumento para erigir una especie de orquestina de cámara sui generis, e incluso golpea la caja de resonancia a modo de percusión, lo que recuerda al experimento desarrollado por Jorge Drexler en torno a la guitarra para Salvavidas de hielo (2017).
El inexorable paso del tiempo y, en consecuencia, la sucesión de ciclos vitales sirven como hilo conductor para esta joya singularísima, frágil, delicada, personal en grado extremo. “El tiempo es el enemigo de quien vive esperando”, avisa La Nena en portugués para Moreno, toda una invitación para dejarnos de contemplaciones y lamentos. Toca vivir, parece advertirnos nuestra musa de pulsión etérea y borrosa, una especie de Marisa Monte desvaída. Y la banda sonora que propone es dulce, cadenciosa, preciosista: Tempo es una breve obertura instrumental casi barroca, Oiseau sauvage parece visitar el espíritu de Jeanette y Perales y No tengas miedo podría ser cumbia bailable de no ser porque nació con espíritu lánguido y contemplativo. Preciosista y trémulo como todo en estos 36 minutos seductores, evocadores, narcóticos.
Dom La Nena no solo multiplica el sonido de su violonchelo, sino también los susurros que emergen de su garganta. Los acogedores experimentos vocales de la californiana Joanna Newsom pueden haberle servido como guía al respecto. El efecto es delicioso en ese seis por ocho refinado que es Todo tiene su fin, mientras que Valsa es un vals instrumental galante, hermoso y clasiquísimo que sirve como prolegómeno para Quién podrá saberlo, el único arrebato más o menos asimilable con los cánones del canturreo. La hermandad con la gran mexicana Julieta Venegas ayuda, claro, a incrementar las dosis de desparpajo, aunque sospechamos que las radiofórmulas aún no están preparadas para esta suerte de pop camerístico, con mucha cuerda y nada de batería.
Tempo acaba sirviendo, aunque sea por casualidad, como acompañamiento balsámico para estos tiempos de incertidumbres. Pero la belleza y el sosiego no son circunstanciales. Llegarán momentos más alentadores en nuestras vidas y Tempo seguirá sirviendo como abrazo sonoro en el que refugiarnos.