Hace mucho que el flamenco amplía fronteras, exhibe una ductilidad emocionante y sirve como vehículo de expresión capaz de visitar territorios razonablemente alejados de sus orígenes. Pero nadie seguramente desde nuestras geografías ha extendido tanto el mapa de este arte centenario como el lebrijano David Peña Dorantes, cerebro privilegiado, compositor de sabiduría panorámica y explorador curiosísimo al que los retos, lejos de contraerle la musculatura, avivan la imaginación. Y eso es lo que parece haber sucedido con este La roda del viento, muy hermoso periplo musical que reproduce, en formato de concierto para piano, orquesta de cuerdas y coro, otro viaje eminentemente valeroso: el que protagonizaron los buenos de Magallanes y Elcano en su homérico empeño de completar la primera vuelta al mundo, justo cinco siglos atrás.

 

La roda… nació un par de años atrás por encargo de la Bienal de Flamenco de Sevilla y su plasmación discográfica se erige ahora en acontecimiento. Sobre todo, porque constata el momento dulce de madurez y ambición artística por el que atraviesa David Peña, un hombre que nunca se había conformado con retos pequeños (Orobroy, Sur) pero que en esta ocasión se mete en la boca del lobo. Y que, como sus ilustres y remotos objetos de inspiración, sale airoso de una singladura en la que vientos y tempestades le llevan por paisajes y latitudes inesperados. Sobre todo, en momentos como el brillantísimo Al río de la plata, con indisimulado deje tanguero, o en la delicada El rumbo, donde las inclemencias cesan de manera repentina y las cuerdas se convierten en un acompañamiento cómplice y tranquilizador.

 

Hay que tener mucha música en la cabeza, y no solo flamenca, para completar un reto de esta envergadura, 50 minutos divididos en cinco movimientos que, además de completar un relato de epopeya, se aproximan a orillas jazzísticas, latinas y hasta arábigas, como en ciertos pasajes de La búsqueda, con esa tensión sentida mientras el coro reitera: “Miedo, tengo miedo, mucho miedo”. O el inesperado complemento de los sintetizadores para La guerra, un momento sencillamente pasmoso.

 

Dorantes es dueño de una técnica abrumadora, pero La roda del viento es, ante todo, la graduación definitiva del David Peña compositor. Pocas aventuras, después de esta, parecen ahora lejos del alcance de un hombre por cuyos dedos laten no solo los ancestros andaluces, sino la sangre transfundida desde los discos de Chucho Valdés, Chick Corea o Lyle Mays. Este periplo tiene mucho de virguería por la cantidad de recovecos que esconde: la demostración más palmaria de que, ahora mismo, el mundo del piano flamenco está en manos de Dorantes.

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