Ed Sheeran no deja de ser un cantautor, por mayúsculo que haya resultado el éxito global del artista que despachó más entradas en todo el mundo a lo largo de 2018. Y el crecimiento exponencial de sus seguidores no le había hecho renunciar a sus señas de identidad más características. Enfrentarse en un estadio a 50.000 almas en completa soledad, solo con voz, su guitarra y la pedalera de grabación, es una temeridad, una audacia o ambas cosas, por cuanto termina universalizando un recurso que, a falta de músicos acompañantes, hemos visto utilizar en salas con capacidad para apenas un centenar de curiosos. Por todo ello, este largamente anunciado álbum de colaboraciones mueve tanto a la curiosidad como al desconcierto. El pelirrojo abandona su discografía de nomenclatura aritmética (ya saben: suma, multiplicación, división) para consagrarse al desfile de invitados, justo lo contrario de lo que ha venido haciendo hasta ahora, con la consecuencia añadida de que no se puede congregar a tanta celebrity de aquí para allá y resulta un enigma cómo se trasladará No. 6 Collaborations project a los escenarios. Sheeran además ha optado por nombres tan ilustres como vinculados a las grandes producciones comerciales de última hornada, con fuerte presencia de productores llenapistas, hechiceros electrónicos y raperos para el gran público: Khalid, Stormzy, Yebba, Skrillex, Eminem con 50 Cent o, por integrar la imparable oleada de baile latino, Camila Cabello. Ed se refrenda aquí y allí como el compositor instantáneo y habilidoso que siempre ha sido, y no deja de ser curioso que haya entregado su primer y más evidente nuevo éxito, I don’t care, a un personaje tan adscrito al papel couché como Justin Bieber. Pero nos quedamos con las ganas de que Sheeran hubiera querido reivindicarse también como autor de hechuras más clásicas, lo que también quedaba a su alcance. O eso pensábamos.

 

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