La proximidad del abismo también puede resultar en ocasiones inspiradora. Parece que es lo que le ha sucedido a Eva Ryjlen, una mujer que hace ahora justo un año se encontraba a solo un paso de tirar la toalla. Después de una década al frente de Idealipsticks, uno de esos dúos que ilusionó más de lo que luego pudo materializar, y de un debut en solitario (Violencia posmoderna, 2018) irregular y algo disperso, parecía en el trance de cambiar el paso y buscar otros rumbos. Y en esas sobrevino esta hecatombe aún hoy presente, se nos tambalearon todos los cimientos y el bloc de notas de Ryjlen comenzó a registrar una actividad febril. De ahí nacen la docena de aldabonazos que ahora conforman Onírica, una reaparición fantástica y la constatación de que, a veces, el dolor y la incertidumbre nos ponen la creatividad patas arriba.
Ryjlen (Guadalajara, 1979) ya no es ninguna pipiola, pero son precisamente las cicatrices de la existencia lo que hacen tan interesante este Onírica. Un disco nacido del sufrimiento y las incertidumbres, pero erigido a su vez en revulsivo, en el pellizco de lo estimulante. Hay que mirar hacia adelante “con el corazón en las manos, y en los dientes el cuchillo”, le escuchamos en Caminar, tema inaugural y casi fundacional del álbum, toda una toma de postura ante la vida. Y un ejemplo magnífico de lo que se avecina: ese sonido turbio, accesible pero alterado, hijo del desasosiego. Guitarrero y también electrónico, pero solo ligeramente.
Ha hecho muy bien Ryjlen en abrazar de manera ya definitiva el castellano, después de que el inglés fuera su vehículo de expresión en los años de Idealipsticks. Las inflexiones en la voz y las melodías son ahora mucho más interesantes y sinuosas, y no digamos ya las referencias. El soberbio Pequeño infierno florido, un tema que nunca será single pero merece que nos despojemos del sombrero, alude a una expresión extraída nada menos que de las Historias de cronopios y famas, de Julio Cortázar. Y le sirve a nuestra protagonista para hablar, precisamente, de esos infiernos personales que acabamos atravesando todos, aquellos momentos en que más complicado resulta divisar las flores.
Y así, entre las turbulencias y la intensa búsqueda de la luz, se desarrolla un trabajo que casi más parece un viaje interior, una pugna valiente, un alegato de resiliencia y femineidad. Ahí están la liberadora Bailas, la orgullosa y seductora Kamikaze o ese caramelo casi sesentero que es La fiera, un epílogo más tarareable y desenfadado para refrendar que sí, que el proceso curativo ha resultado exitoso. La voz arrastrada y perezosa puede recordarnos a Christina Rosenvinge, aunque la actitud de Eva tampoco queda lejos de las de Tulsa o Zahara. Solo hay, en consecuencia, buenos argumentos para creer en sus sueños, al final no tan pesadillescos como ella vislumbraba un año atrás.