Algún día habrá que abordar el análisis de la figura de Dave Grohl desde una perspectiva no tanto musical como casi antropológica. El ídolo de masas más inesperado en la historia de la cultura popular no deja de ofrecer argumentos para el asombro en cuanto a resiliencia, empatía y capacidad para la catarsis, y esta vez las circunstancias no se lo habían puesto nada fácil.
El mismo tipo que hace casi tres décadas se colocó al frente de una banda de estadios tras perder de la manera más traumática a su amigo Kurt Cobain; ese muchacho del que no sabíamos que cantaba, componía ni tocaba la guitarra, pues durante sus años en Nirvana tan solo firmó una timidísima cara B, es el que ahora afronta la pérdida casi simultánea de su madre, Virginia, y del batería de la banda, el carismático y excepcional Taylor Hawkins, sacándose de la manga su mejor colección de piezas originales de los dos o tres últimos lustros, si no de toda la trayectoria de los Foos.
Tengámoslo claro. But here we are es un trabajo excepcional, y no solo por su espíritu de redención, bálsamo y, pese a todo, esperanza frente al dolor de la irremediable desaparición de la figura materna y a la conmoción de la muerte absurda y repentina de un amigo del alma. Las tragedias sirven como espoleta a este álbum de presentación nívea –luz, acaso cielo– y créditos casi ilegibles, pero argumentos musicales poderosísimos, sobre todo por su equilibrio fabuloso entre el músculo y la sensibilidad. Por supuesto, los coqueteos juguetones con el sonido bailable que alentaban un par de temporadas atrás el travieso Medicine at midnight (2021) no procedían en esta ocasión, como tampoco habría venido muy a cuento el carácter más experimental de Concrete and gold (2017), por mucho que estos dos antecesores inmediatos compartan productor, Greg Kurstin, con esta nueva entrega. Pero no todo son aquí trallazos de fiero hard rock especialidad de la casa, como Nothing at all o Rescued. Hay mucho más. Muy variado. Y particularmente bueno.
Está claro que los de Seattle no querían pasar el duelo de cualquier manera. De ahí el espíritu aventurero y ambicioso de The teacher, irrebatible pieza angular de esta obra, una especie de minisuite de 10 minutos en claro homenaje a Virginia (el corte más extenso en toda la discografía de FF) que deja volar la imaginación progresiva de la banda como nunca antes había explicitado, y que culmina con una apoteosis ruidista para la historia. Justo antes, Beyond me es un monumento de rock para pabellones lindísimo, con dos minutos iniciales acústicos y los dos finales a toda pastilla. Y justo después, el colofón, Rest, es sencillamente conmovedor, una oración de pérdida y descanso eterno (“Descansa, ahora puedes descansar / Descansa, ahora estarás a salvo”), cantada casi en un murmullo y con un hilo de voz… hasta que las guitarras entran en combustión severa, a la manera de solemne homenaje póstumo.
Será imposible pasar por alto de Show me how, la más atípica de estas nuevas composiciones, un paréntesis de pop con sintetizadores para el que la joven Violet Grohl arropa a papá con un tierno arrullo de segundas voces angelicales y un mensaje de complicidad: “Cuidaré de todo a partir de ahora”. Y será inevitable gritar a voz en cuello durante los conciertos con Under you, The glass o el temazo titular. Pero de principio a fin, en su faceta más continuista o en la más innovadora, Foo Fighters han sabido responder a las desgracias ofreciendo lo mejor de ellos mismos. Y, 28 añazos después de su homónimo debut, son capaces de emocionar como nunca.
Sin duda Foo Fighters es la banda capaz de quitarme el aliento.
Ojalá no dejen nunca de componer.
¡Amén, Sara!