Nada puede ir del todo mal cuando un artista dice admite encuadrarse bajo los auspicios de The Left Banke o Phil Spector, máximos exponentes del aún no superado pop barroco de los años sesenta y, en el primero de los casos, un tesoro que no siempre se valora como sería de justicia hacer: con un diez sobre diez. El debut de Francis Lung no es del todo un estreno y tampoco se corresponde con ningún integrante de la familia Lung. En realidad, nos encontramos ante el alias artístico de Tom McClung, que en 2016 ya había entregado de tapadillo un par de epés complementarios (Father’s son y Mother’s son) y que allá por 2011 ejercía como bajista de los impactantes Wu Lyf, esos chicos revoltosos que le enseñaron los colmillos al mundo con un primer disco comentadísimo, Go tell fire to the mountain, para luego disolverse al siguiente año sin muchas más contemplaciones. Así que este es un debut que no es tal a cargo de un hombre que no se llama como aparenta, pero además constituye un admirable estirón en términos estilísticos. Porque el ahora cantante y compositor de Manchester se regodea con el pop psicodélico de hace medio siglo, apela al espíritu de los últimos Beach Boys de los sesenta (a nuestro Wild Honey le encantará este álbum, con seguridad) e incluso deja alguna pincelada de que nada que remita a aquella época dorada puede evitar el ascendente de los Beatles, que siempre vienen a la mente si un disco es atemporal y brillante. Solo con escuchar las armonías vocales y el cuarteto de cuerdas de Comedown comprenderemos cuánto le debemos los habitantes de este planeta al amigo Paul McCartney. Y a renglón seguido, para que no lleguemos a las riñas fraternales, Unnecessary love emplea un melotrón más que semejante al de los de Liverpool en Strawberry fields forever. Todo transcurre, en definitiva, tan al margen de las pautas al uso que este álbum adorable no suscitará hoy comentarios en las revistas de tendencias, pero seguirá sonando de vez en vez, una década más adelante, en el equipo de música del salón.