Necesitamos evasión, ironía, caderas juguetonas, despendole para todas las edades. No solo juerga milenial, sino también por y para boomers, uno de esos palabros que empezó a utilizarse como arma arrojadiza y ahora los aludidos esgrimen con un prurito de orgullo. Disco para adultos se concibió, grabó y cocinó mucho antes de que sucediera “todo esto”, pero se convierte en un alivio fabuloso en estas circunstancias concretas. Y cuando cese (progresivamente) la pesadilla, seguirá cumpliendo con su cometido. Seguro.
En la Fundación Tony Manero son nueve tipos hechos y derechos; veteranos de las pistas de baile que ya nos descoyuntaron a principios del nuevo siglo con aquel Super sexy girl y que conservan el gusto y el instinto por invitar al movimiento pélvico. Son, podríamos llamarlos así, catedráticos del ritmo. Y después de un antecesor discográfico más reposado (Lugares comunes, 2018), guiado por los legítimos criterios de la introspección, este Disco para adultos constituye, más allá de su título socarrón, un regreso premeditado a los territorios del baile. Y, más en concreto, del boogie, entendiendo como tal la intersección de la música disco de los últimos años setenta con los primeros devaneos electrónicos de los ochenta.
Queda esa fusión muy patente en Break romántico, una de las piezas más elaboradas y una muestra de fina socarronería, una de las grandes virtudes de este disco. Porque FTM no juega al lifting, sino que hace bandera de la arruga traicionera, la crisis de la mediana edad y el derecho –¡solo faltaba!– al hedonismo intergeneracional. De ahí la necesidad de ese break, de un paréntesis de fervor y pasión frente a las obligaciones anodinas de la vida con graves responsabilidades. Y de ahí también la sorna en Muñeco analógico, sobre las dificultades para adaptarse al vértigo digital que experimentan quienes no crecieron entre pantallas táctiles.
No han pretendido ser sesudos los barceloneses, sino reivindicar su derecho al desparpajo. Incitar a la desinhibición rítmica tanto como a la media sonrisa, incluso a la complicidad. Pero no es este un disco para “gente mayor”, sino sencillamente desacomplejada. Los primeros, en ese sentido, los propios Tony Manero, que en el capítulo final, Musicofilia, encuentran un aliado a priori tan impensable como el joven rapero cubano Cimafunk. Para que luego digan que los seres humanos no estamos llamados al entendimiento.