Allá por 1983 debimos de ser muchos los hogares españoles donde escucháramos de manera perseverante este disco (o, en muchos casos, casete), que gozaba por entonces de serio predicamento en las casas distinguidas y elegantes; entre –adviértase la autoparodia y la sonrisa– la serena gente de bien. Es nítido aún el recuerdo de aquel Benson al que tomábamos por un señor bastante mayor y, sobre todo, anticuado, con ese traje como de conquistador relamido en un telefilme de sobremesa. Efectos colaterales del estilismo o de la presencia de hermanos mayores en la familia. Y es curioso, porque el excelso guitarrista de Pittsburg, en Pensilvania, acababa de cumplir 40 primaveras, una edad bien lozana; y el sonido, lejos de vetusto, correspondía a ese dandi ilustrísimo llamado Arif Mardin, el mismo que había labrado el mito de Aretha Franklin y Dusty Springfield, y más adelante reinventaría a los Bee Gees o Rod Stewart.

 

Tantos años más tarde, el reencuentro con In your eyes invita a pensar en una obra lujosa y comercial; puede que un poco engolada, pero también sustanciosa. En 1983, si bien lo pensamos, los discos sonaban con mucha pompa, desde Pipes of peace (McCartney) a Body wishes (Rod Stewart) o Let’s dance (Bowie): tiempos de producciones rutilantes, aparatosas y algo sobrecargadas, pero lo bastante solventes como para que aquellos vinilos sigan abrumándonos cada vez que crepitan en la sala de estar.

 

La cara A, en este caso, es una exhibición de rhythm ‘n’ blues de etiqueta, con los argumentos consecutivos de Feel like making love, Inside love (So personal) y Lady love me (One more time). Historia pura para el arte de la seducción. Y la B se abría con “In your eyes”, una balada seguramente afectadísima, pero que no podemos sino seguir encontrando muy bien resuelta.

 

Claro que Benson, quizá por aquello de alcanzar más elevadas cimas comerciales, había orillado su guitarra jazzística hasta hacerla casi enmudecer (pero que nadie se pierda el solo de Love will come again). Ni siquiera había en este disco apenas scat, esas improvisaciones vocales con sílabas, a diferencia de un disco previo en directo que había causado estragos entre la hinchada, Weekend in L.A. Pero no vemos aquí una obra fallida o menor, sino el empeño de un jazzista fabuloso por alcanzar, a brazada limpia, otras orillas.

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