Glen Hansard es, de largo, uno de los mejores creadores de canciones del último cuarto de siglo, así que su sentido de la exigencia le conduce a aplicar controles de calidad seguramente muy superiores a los de casi cualquier otro compañero de oficio y generación. Solo así se explica la complejidad de este quinto trabajo en solitario, refrendo absoluto de su trayectoria alejada de los años de The Frames y The Swell Season y un álbum que vuelve a conjugar el alto voltaje emocional con cierta aspereza formal que invita a las escuchas sucesivas, concienzudas y pormenorizadas. Justo lo contrario de lo que ahora mismo se estila, lo que no hace sino constatar que el reino del irlandés no es hoy de este mundo.
Acostumbrados a unas pautas estéticas muy bien definidas, a menudo herederas directas y evidentes del universo de Van Morrison, el oscarizado compositor de Falling slowly se salió por completo del guion con This wild willing (2019), un álbum extenso y muy difícil del que cuatro años más tarde aún andamos preguntándonos si nos enamora o produce cierto agotamiento (aunque seguramente las dos hipótesis sean ciertas). Este sucesor reconciliará a Hansard con su oyente clásico, pero tampoco pretende ponerle las cosas sencillas. Y bastan los dos primeros cortes para constatarlo: la fiereza rugosa de The feast of St. John y de Down on our knees se aproximan más a la cruda visión existencial de Nick Cave que a un terso ejercicio de lirismo a la irlandesa.
Influye mucho el tono metafísico y acongojado de todo el trabajo, una reflexión sobre la mortalidad que obtiene visibilidad desde el propio título del álbum, ciertamente muy bello: “Todo lo que estaba al Este se encuentra ahora al Oeste de mí” es un resumen muy poético sobre la certeza de que a Hansard le resta menos vida de la ya vivida y recorrida a sus 53 años. Es una verdad inapelable y de difícil interiorización, más en un momento en que nuestro protagonista ha dejado sintomáticamente de ser pelirrojo para mostrársenos más bien níveo. Y esa gravedad atribulada lo empapa todo, pero a su vez lo hace emocionantísimo. Como en los casos de Short life, There’s no mountain y, sobre todo, Ghost, tres páginas que merecen entrar con todos los honores en el olimpo de su firmante.
La belleza ayuda a superar el vértigo de lo trascendente, sin duda, y Glen Hansard sigue siendo único en propiciar las emociones profundas. A veces con una gravedad casi orquestal, como en la casi onírica Between us there is music, donde se enroca en su registro vocal más grave para rodearse de etéreas voces femeninas. Y otras, recordando el pulso más rockero y urbano de sus operaciones al frente de The Frames, como en el caso de Bearing witness. Hansard en estado puro, para deleite de una afición a ratos sobresaltada y, en última instancia, extasiada.
Magnífico disco y sobresaliente crítica. Seré de los clásicos pero este último disco lo sitúo a la altura de los mejores, si no el mejor. Me ha vuelto a transportar al Glen que con The Frames hizo la belleza musical que es The Cost o la BSO de Once. Y efectivamente nos lleva al éxtasis absoluto con esos estribillos donde se rompe su voz.
Gracias por escribir, Juan Manuel. Son muchos años ya los que lleva Hansard poniéndonos la piel de gallina. ¡Y que siga!
Muy buenos adjetivos para Glen Hansard Fernando. Por lo oído, me quedo con los dos. Parece ser uno de esos discos que hay que tener a buen recaudo. Gracias !