El cuarteto de Michigan se ha autoimpuesto una reválida en toda regla. Después de convertirse con Anthem of the peaceful army (2018) en los debutantes de éxito más inesperado y controvertido de la década, han querido ofrecer en su prolongación un menú en el que todos los ingredientes estén todavía más sobredimensionados. Todo es hiperbólico en este segundo álbum, un escenario perfecto para amantes de la apoteosis: un sonido colosal, guitarrazos desorbitados, piezas cada vez más extensas y un LP que se planta en los 65 minutos sin pestañear. Lo del caldo y las dos tazas, en resumen.
Los tres hermanos Kiszka y el batería Danny Wagner se han convertido en el grupo más orgullosa e inequívocamente viejoven de la historia. Siguen siendo unos pipiolos, por más que la fundación oficial de la banda se remonte a 2012. E insisten en que nada de lo que suceda en estas 12 canciones parezca acontecer en ningún momento de la historia posterior a 1975. O 1976, de acuerdo, si queremos aceptar aquel mítico debut de Boston como uno de los nuevos álbumes de cabecera de la hermandad. Escuchemos My way, soon (que es, para qué engañarnos, un single estupendo) si queremos salir de dudas.
Hace tres años, la familia Kiszka pasó toda la resaca de Anthem… justificando sus parecidos no razonables, sino flagrantes, con Led Zeppelin. Lejos de suponerles una cortapisa, los Grammy los bendijeron con el trofeo a la mejor banda de rock y los pabellones yanquis se convirtieron a su paso en auténticos hervideros. Ahora han acudido a Greg Kurstin, un productor de muchísimo pedigrí (Foo Fighters y Beck, pero también Adele y hasta el Egypt station de Paul McCartney), para apuntalar su rotundo caparazón sonoro desde la perspectiva de una mayor diversidad. El alejamiento de los Zep, admitámoslo, es solo relativo. Broken bells acaba casi como Stairway to heaven, para no tener que rebuscar mucho en el catálogo de los londinenses. Y el riff de guitarra de Built by nations es tan característico de Jimmy Page que cuesta creer en la existencia otro ejecutante, en este caso Jake Kiszka.
Quizá el mayor interesado en disociar las marcas Led y Greta sea el vocalista, Josh Kiszka, que a veces abandona la estela de Robert Plant para orillarse más a las enseñanzas de Noddy Holder (Slade), por ejemplo en la apoteósica Age of machine, o coquetear con el rock progresivo más expeditivo (el de Rush, por ejemplo) en la magnífica Tears of rain. De acuerdo, la evidente falta de originalidad sigue suponiendo un hándicap a la hora de evaluar el trabajo de GVF, responsables de un álbum más disfrutable en secreto que abiertamente merecedor de una muy buena crítica. Pero a los amantes del rock clásico de los setenta se les pondrán los dientes larguísimos con The battle… Y no es el género que más abunda ahora mismo en las estanterías de novedades, mucho menos aún con un jefe de filas que acaba de cumplir sus tiernos 25 añitos.
El nuevo album es una p maravilla. Simplemente Heat Above lo es en sí misma.
La gente que dice “suenan a…” no saben lo difícil q es sonar (mejor aún que)…
Gracias, Leo. Sí, suenan fenomenal, es muy cierto 🙂
Noto como mis incisivos y mis caninos han tomado un tamaño considerable.
Dicen que suenan a… ¿y?. Que problema tienen algunos con esto.
Cuando sacaron el single adelanto de “Heat Above” me lo puse en modo repeat (Casi).