Resulta sencillo visualizar a Hothouse Flowers como una versión menos mesiánica y más apegada a la tierra (y, en consecuencia, permeable a ciertas pinceladas de folclore celta) de sus paisanos U2, pero lo curioso es que fue el propio Bono el primer personaje ilustre que reparó en su presencia en el circuito de garitos dublineses y alentó su fichaje discográfico por London, la escudería que les brindaría cobijo durante aquella primera década que ahora repasa y hasta exprime esta colección no ya exhaustiva, sino detalladísima y mastodóntica. Podemos lamentar que una banda tan notable, y no pocas veces tan soberbia, haya gozado de escaso predicamento más allá de su más inmediato radio de acción isleño, y que ni siquiera en España sonara con cierta generosidad ninguna de sus grandes canciones, con la única posible excepción de aquel fervoroso y sensacional Don’t go que les colocó en órbita con ocasión del primer elepé.

 

Con todo, esta caja es un festín, un menú pantagruélico para los más glotones, pues no en vano duplica con creces el material que disponíamos en torno a los primeros cuatro trabajos en estudio. Y nunca es tarde para engancharse a una causa tan rotunda, expeditiva, oronda y seductora como la de los Flowers, sobre todo teniendo en cuenta que la formación ha sobrevivido a múltiples vicisitudes, sigue devorando kilómetros por las carreteras de las islas y dentro de escasas fechas se encaramarán al escenario de Glastonbury, un honor solo reservado a los muy grandes.

 

The older we get, o “Cuanto más viejos nos hacemos”, era el título (tan adecuado ahora para la ocasión) de una de las piezas incluidas en People (1988), su rutilante debut, aunque la prolongación de Home (1990), con Give it up y Giving it all away como puntas de lanza, solo invita al recuerdo entusiasta. En Irlanda también funcionó bien la tercera entrega, menos inspirada pese a su muy irlandés título (Songs frome the rain, 1993), mientras existe una tendencia a minusvalorar Born (1998) como una obra ya más desnortada y que, de hecho, propicia la cancelación del contrato discográfico con London. Pero regresar a ella ahora, puede que un cuarto de siglo después de la última vez que le hincásemos el diente, ofrece algunas recompensas nada pequeñas. Porque, sorpresa, no recordábamos ni la enormidad de disco que fue ni algunas osadías tan sabrosas como la integración en la parte final de At last del dichoso Canon de Pachelbel (tan sobeteado que suele producir pereza, pero aquí funciona como un tiro) o como el arrollador despliegue de efectivos en torno a Find the time, una suerte de soul aderezado con trompeta y una orquestación rutilante.

 

Estos cuatro elepés servirían como ingredientes de una caja convencional, pero ya se sabe cómo se las gastan los chicos de Cherry Red cuando emprenden un proyecto antológico. Y aquí los descubrimientos permiten más que doblar el minutaje original, entre caras B, tomas alternativas, versiones extendidas y grabaciones en directo que muestran muy bien la ambivalencia del quinteto: precioso, comedido y arrollador en el estudio; agreste, asilvestrado y hasta gamberro si tocaba subirse sobre el escenario en octubre. Hay marcas elocuentes de personalidad, como esa versión del clasiquísimo irlandés Carrickfergus que explica muchas cosas. Y también hay tomas festivas, casi cazalleras en un entorno que les resultaba muy propicio.

 

Es decir, había motivos para que HF ascendiesen hasta el olimpo de los dioses, pero… no pudo ser.

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