Ian Matthews sería un buen candidato a presidir ese nutrido colectivo de “anónimos ilustres” que, con cierta periodicidad, aderezan los márgenes de los mejores diccionarios del pop y el rock. Confluye en su figura una especie de “mala suerte congénita” de la que él es consciente y a la que siempre se ha referido con una mezcla de sorna y la resignación. Integrante de los primeros Fairport Convention –que abandonó seguramente antes de tiempo–, también fue quien descubrió y grabó I don’t want to talk about it dos años antes de que Rod Stewart la condujera a la gloria en medio mundo. Y algo parecido le sucedió con Ol’55 (de Tom Waits) y Seven bridges road, infinitamente más famosas en las lecturas posteriores de los Eagles. En el caso de aquella Carretera de los siete puentes, la versión que hizo popular el grupo californiano reproducía los arreglos previos de Matthews… hasta el borde mismo del plagio.

 

Así se las gasta el destino con las ironías, y todos haríamos bien en asumirlo. Matthews, británico de Kent con una voz meliflua, delicada y enternecedora, lo aceptó a finales de los setenta, tras comprobar que solo asomaba tímidamente por las listas de éxitos después de registrar una lectura de Woodstock, de Joni Mitchell. Y aun sabiéndose un compositor excelente, dio por buena la idea de trabajar en un buen número de piezas ajenas y ponerse en manos de un productor, Sandy Roberton, versado en el arte de acercar al gran público a los grandes referentes (Steeleye Span, Shirley Collins) del folk británico. Stealin’ time se pensó para seducir a los pinchadiscos de las grandes radios y, desde esa perspectiva, fracasó con gran estrépito. Pero nos ha quedado como un hito inmenso en la historia de ese soft pop que tan buenos resultados arrojaba de aquella.

 

Tampoco en España cuajó este disco, apenas programado por Vicente Cagiao para su Ciclos, en Radio Popular, y que pronto engrosó las cubetas de los vinilos tan olvidados como fabulosos. Porque no hay apenas trabajos en la cantera del pop de guante aterciopelado que mejoren esto, de veras. Quien escuche los 60 segundos exactos y a capela de Carefully taught lo comprenderá. Igual que quien se adentre en Sail my soul y Let there be blues, dos baladas primas hermanas y sencillamente fabulosas.

 

Ian se reformularía con los años como Iain, por aquello de presumir de pedigrí escocés. Era refinado, rutil, elegantísimo. Como el timbre de su voz, cálido y fino sin llegar a vulnerable. Cualquiera que le conozca acabará adorándole. Y no seamos tan egoístas como para pretender que quede solo entre nosotros.

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