El nacimiento mismo de un proyecto como International Citrus Band, un quinteto de solidísima formación en las músicas de raíz y muchos trienios de experiencia acreditada, constituye una noticia maravillosa para nuestra música tradicional peninsular. Y la apelación a la península no es retórica, puesto que estos cinco relucientes cítricos fueron a encontrar su casillero de salida en las tierras del Alentejo y el influjo de los sonidos del folclor portugués es una constante durante buena parte de esta entrega, que de hecho conocerá su puesta de largo sobre los escenarios en en ExibMúsica que la localidad lusitana de Setúbal acoge entre el 13 y el 15 de junio. Hacen bien en ICB de presumir de internacionalismo desde su misma marca, porque ese constituye un valor cuantioso e insólito: a queridos viejos conocidos de nuestra escena, como el murciano Manuel Luna y los vascos Fran Lasuen y Josean Martín, se suman una uruguaya con pasaporte holandés, Beatriz Aguiar, y un compositor kurdo, Gani Mirzo, que ha trabajado con compañías como Els Comediants. Por eso esas latitudes a las que alude el título resultan ser tan vastas y plurales, porque a las milongas uruguayas se contraponen exploraciones atlánticas o la cada vez más evidente querencia de Luna por la herencia mexicana, como avala aquí en La lloronao en una pieza propia, Ciquita, dame café, que empieza por tanguillos solo para caer en brazos del zapateado jarocho. La mezcolanza, la contaminación de unas músicas con otras, adquiere aquí grado de festín. Sin batiburrillos, porque aquí hay mucho amor por las herencias, pero con esa capacidad casi instintiva de conjugar temas ajenos, populares o propios con la tranquilidad de que importa más la preservación que la hoja de autoría. Por eso suena tan bien esa canción cantábrica en dos partes que es Basoillarrak/Soy del ‘norti’, crónica de urogallos primero vascos y luego de la Cantabria montañesa. El zumo de ICB no es tan ácido como lo pintaban, pero sí invita al escalofrío, al estímulo de nuestras papilas gustativas.