Había remoloneado Ismael Serrano con dos discos en vivo de muy distinta hechura, el lujoso y rutilante 20 años. Hoy es siempre (2017) y el desnudísimo Todavía, grabado en la campiña de su querida Argentina en la soledad acuciante de la guitarra y la voz. Quiere ello decir que Seremos supone su primera entrega con material de estreno desde el ya lejano La llamada (2014), un paréntesis insólito y nunca antes tan prolongado en un hombre de discografía generosa y tendencia a la escritura prolífica. Es difícil por todo ello eludir una sensación de reválida ante este Seremos, erigido en un momento relevante en la trayectoria del cantautor vallecano: no es un álbum más, sino un punto de inflexión. Y sale lo suficientemente bien parado como para que podamos celebrar un nítido renacimiento.

 

Serrano lleva toda la vida conviviendo con el tópico cantautoril, incluso erigido en sabia y lúcida autoparodia del tipo que da la brasa sentado con una guitarra frente al micrófono. Le honra a Ismael ese sentido del humor tan saludable y poco autocomplaciente, pero el arquetipo del hombre reiterativo en formas y mensajes queda con Seremos seguramente más alejado de la realidad que en ningún otro de los álbumes anteriores.

 

No esperemos una revolución, que además de impensable sería innecesaria. Pero Serrano dosifica aquí los recursos, evita las reiteraciones temáticas (incluso la sobreexposición ideológica), aligera el menú con un par de incursiones en los ritmos de baile latinoamericanos y, aunque sigue dejando los tiempos medios en el centro de la ecuación, acierta con algunas canciones brillantes. Incluso excelentes en el caso de extraordinaria Cállate y baila, engrandecida aún más con la aportación de Ede. La emotividad que emana de la garganta de esa muchacha carabanchelera, que ni siquiera ha debutado aún como artista en solitario, es sencillamente descomunal.

 

No sabemos si el muy buen nivel medio de estas 13 canciones proviene de un severo proceso de selección y exigencia, quizá porque su firmante haya acumulado abundante material a lo largo de estos siete años e hilado más fino a la hora de escogerlo. Sin embargo, el hilo temático hace sospechar en una escritura muy pegada a estos tiempos de pandemia, por lo que tiene de angustia, melancolía y anhelo de rearme moral y afectivo. Porque fuimos es el ejemplo más claro en este sentido, reforzado además por una colaboración doble y sorprendente (Litus y Clara Alvarado, hasta ahora más enfocada a su faceta como actriz), pero muy eficaz. Sirve también para reforzar la impresión de que Ismael se ha vuelto más fino y autoexigente con el lenguaje musical: el estribillo es de todo punto inesperado, pero podemos sorprendernos con que se nos cuele en la memoria y ya no nos suelte en una larga temporada.

 

Hay, por lo demás, una loable inclinación hacia los arreglos de cuerda (No soy, Y mientras tanto), que nos acerca a universos hasta ahora inalcanzables, como los de Glen Hansard. Coqueteos con un pop muy melódico, casi de cantante ligero (Un último acto de rebeldía). La sorna inquebrantable del padre del artista, Rodolfo Serrano, que refrenda su tradición de aportar siempre una letra en los álbumes de su hijo con la burlona Derramando nuestros sueños. Y hasta la aparición de un artista en apariencia más alejado en público y estilo, pero excelente siempre en lo suyo: sí, invitar a Pablo Alborán para La primera que despierta ha terminado siendo, sin duda, una buena idea.

 

Hacía tiempo, mucho tiempo que Ismael Serrano no aportaba tan buenos argumentos para confiar en él. Podemos llamarlo disco de madurez. Habrá a quien no le convenza la catalogación, pero es la purita realidad.

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