Nunca ha sido Javier Bergia hombre que se atuviera a normas, tendencias o clasificaciones, pero los años no han hecho sino agrandar su espíritu iconoclasta. Y este Pandemónium supone un ejercicio libérrimo de creatividad heterodoxa y radical, además de una apuesta por un juanpalomismo inducido en parte por los rigores de la pandemia. Porque Bergia canta e interpreta aquí, en completa soledad, hasta la última nota de estas 11 canciones, cocinadas durante un confinamiento que le sorprendió en Mojácar (Almería) antes de emprender mudanza con rumbo a Carabanzo, una diminuta parroquia no muy alejada de Pola de Lena, en el sur asturiano. Ya lo ven: a Javier es tan difícil seguirle la pista a través de sus discos como con las chinchetitas del Google Maps, pero las variables en sus adscripciones fonográficas o geográficas no influyen en su condición de verso suelto.
Pandemónium es uno de esos álbumes complejos, maduros y reconcentrados, merecedor de escucha atenta y reincidente. Aporta sucesivas capas superpuestas de información, pero provocaría escalofríos a cualquier directivo discográfico que pretendiera garantizar su viabilidad comercial. Por lo pronto, y aunque cueste creerlo de antemano, tres de sus 11 canciones superan los ocho minutos de duración, y otras cuatro rebasan el listón de los seis minutos. Javier renuncia a menudo a la rima y convierte sus composiciones en salmodias monótonas, raras jaculatorias, sucesiones de ideas entrelazadas casi por impulsos de ira o temperamento.
El dolor, la incertidumbre y el desconcierto de la crisis vírica prenden la mecha del tema central, pero sus ocho minutos y cinco segundos le dan margen a formalizar escalas en Siria, Turquía, Yemen, Somalia, Afganistán y quién sabe cuántos escenarios más de la estulticia humana. No, no hay mucho margen para el optimismo en el dietario del autor madrileño, pero tampoco para la connivencia: “Jueves 16 de abril de 2020, seguimos confinados esperando el santo advenimiento / Cautivo y desarmado, no me doy por vencido / La guerra no ha terminado”.
El poso amargo también se asienta en la muy extensa Coser y cantar, una sucesión de lamentaciones ante el amor que descarrila (“Y otra vez volver a empezar / Cruzar el desierto, dormir y callar”). No son temas cómodos desde ninguna perspectiva: las cajas de ritmos los convierten en poco más que maquetas caseras, mientras los extensos aullidos de la guitarra eléctrica colocan a su firmante mucho más cerca del rock experimental que del ideario cantautoril al uso. Los amantes del Bergia más acústico y lírico solo encontrarán consuelo en la preciosa Nereida y en la única versión del lote, aquella Laura con la que Rodrigo García abría en 1980 su segundo y homónimo LP en solitario. Curioso que las dos sean las únicas que se ajustan a los parámetros de los tres minutos y poco de duración. Y simpático reparar una vez más, esta vez por asociación inducida de ideas, en el parecido tímbrico entre las gargantas de Rodrigo y Javier, las dos tan peculiares y frágiles. Las dos tan ajenas a las pautas comunes como sus propios y respectivos dueños.
Bergia es un hombre siempre propenso a rebelarse contra las patrañas, un término que desliza en la mordaz Paralelebípedos. Nunca le será ajeno el vitriolo a este hombre dispuesto a colocarnos una vez más ante el espejo de nuestras propias incomodidades. Somos “náufragos” en un “mundo que es un escándalo” (Alas de Ícaro): otro ejemplo de por qué este disco no sonará nunca en una radio convencional, y a duras penas en cualquier otra. Sus ecos, en cambio, rebotarán por las oquedades de nuestra conciencia.
Jajaja, por (casi) alusiones, he de decir que este disco sí suena, y no “a duras penas”, en alguna radio. No sé si Radio 3 es “convencional” o “cualquier otra”, pero ahí hay varios programas que ya lo han programado, empezado por el que me honro presentar y dirigir, Tarataña, que presentó “Pandemonium” allá por el 24 de enero, y en el que ha sido pinchado -y seguirá- en más ocasiones. Y me ha gustado mucho el texto que dedica “Un disco al día” a “Pandemonium” y que describe muy bien toda la chicha que encierra. Saludos.
Buena cosa que haya excepciones a las normas generales, desde luego que sí, tocayo… Y que no deje nunca de haberlas 🙂