Es injusto, extraño y hasta un poco inexplicable que Benefit haya pasado a la historia como el álbum eternamente infravalorado de Jethro Tull, un trabajo sobre el que apenas nadie hace hincapié ante el fulgor proveniente de las dos obras magnas de Ian Anderson, las entonces ya inminentes Aqualung (1971) y Thick as a brick, de 1972. Publicada justo un año antes, en 1970, esta tercera entrega del flautista estrafalario de Edimburgo y sus fabulosos muchachos ha quedado relegada en el relato habitual a la condición de simple antecesora, ensombrecida incluso por aquel segundo elepé, Stand up (1969) en el que las bases del fabuloso edificio de Anderson estaban aún asentándose. Ahora, por fin, esta reedición lujosísima (y, pese a sus dimensiones, con muy poco material de relleno) viene a hacer justicia. Benefit era un trabajo fabuloso y, como tal, deberíamos redescubrirlo y reivindicarlo.
En esa eterna condición de obra desfavorecida, la edición conmemorativa del 50 aniversario llega un año tarde y, además, ha tenido que esperar mucho más de lo debido en el descomunal trabajo de documentación y archivo en torno a la obra de los Tull, que con esta suman 12 cajas de similares proporciones para comprender en toda su magnitud otros tantos trabajos. El artefacto adquiere las dimensiones habituales en los cánones de Ian Anderson, con cuatro cedés y, por si fuera poco, dos deuvedés. Los grandes atractivos aquí son los discos tres y cuatro, que ofrecen al fin a los ávidos degustadores de rock sinfónico el mítico concierto de 1970 en Tanglewood (Massachussetts) y una entrega de la misma temporada en Chicago, esta sensiblemente inferior en sonido y sin el complemento del vídeo íntegro de la actuación. Pero la publicación oficial de aquella noche absolutamente catártica y enloquecida de Tanglewood adquiere rango de acontecimiento con la remezcla del venerado Steven Wilson, que también se ha encargado de sacar lustre desde el estudio de grabación a los 10 cortes originales de Benefit y su estela de canciones paralelas, que enriquecen el final del primer cedé y todo el segundo.
Quienes escuchen por vez primera los 43 minutos originales de Benefit van a sentir una conmoción. Ni una sola de sus 10 pistas figura entre las más conocidas de la banda, más allá de la relativa difusión de que han gozado To cry you a song y Nothing to say, pero encontraremos muy pocos álbumes en el primer lustro de los setenta con un equilibrio tan fascinante entre las personalidades acústica y eléctrica de las grandes formaciones sinfónicas. Jethro Tull habían nacido, advirtámoslo, bajo los parámetros del blues, que aquí ya se ha desvanecido por completo. Pero Benefit sienta para siempre las bases del sonido quintaesencial del grupo: el toque trovadoresco de Anderson y su flauta travesera, el énfasis y el tono sardónico de sus interpretaciones, la intersección entre los pasajes pastorales y la furia roquera que aportaban las guitarras, impresionantes, de Martin Barre. Es más, puede que Barre y Anderson no se midieran en duelo de manera tan equilibrada y sagaz como aquí.
Ian Scott Anderson apenas sumaba 23 primaveras cuando concibió esta obra, pero su madurez es, ahora que miramos con tiempo y perspectiva, deslumbrante. Son o Inside son títulos de belleza intachable, With you there to help me ya encapsulaba la épica de aquellos tiempos grandiosos y For Michael Collins, Jeffrey and me aporta el orgullo de la pertenencia a una nómina de personajes singulares.
Ian lo era, y mucho. Aún lo sigue siendo, con el anuncio de la resurrección de JT en 2022 para su primer elepé en dos décadas, The zealot gene. Nos aproximaremos a él con cariño y cautela, sin duda. Pero es muy probable que se quede a varios años luz de distancia de este Benefit asombroso: por su madurez temprana, por la sofisticación de unas melodías ácidas y campestres a un tiempo, por la seca rotundidad de un cuarteto/quinteto que funcionaba como un engranaje de alta cualificación. Y por el momento de gracia prolífica que atravesaba Anderson al iniciar la nueva década: entre las canciones de la época que nunca llegaron a integrar los álbumes oficiales, aquí nos reencontramos con dos absolutamente capitales, Teacher y The witch’s promise, pero hay otro puñado de piezas menores y encantadoras que quizás muchos descubran aquí: Just trying to be, Singing all day, Sweet dream, My God, incluso la pintoresca 17.
Una caja de cuatro discos para contextualizar un trabajo que en su origen no llegaba a los tres cuartos de hora es, claro está, un menú pensado para los más devotos. Pero más de uno puede sorprenderse de la enormidad de banda que eran ya Anderson y sus secuaces antes de que el sarcasmo infinito de Aqualung y la narrativa deslumbrante del conceptual Thick as a brick les aseguraran para siempre un lugar trascendental en la historia.
Ufff!! Lo has clavado!¡¡ Dos notas marginales!! Aqualung encierra wond’ring aloud ( y la versión extensa en “Living in the Past”) y Minstrel in the Gallery tiene (además del resto) dos joyas superlativas: Baker St Muse y One white duck…
Por lo demás, te doy la razón completamente. ( aunque casi todo es más que formidable en Anderson y JT)
Con decir que es el disco que me introdujo a la música de los Tull ya está todo dicho. No es el mejor disco de la banda pero sí su mejor colección de melodías. Me entró a la primera, fué como un flechazo. Para mí es superior al Aqualung, disco mítico que me gusta mucho pero me cuesta escucharlo de un tirón, a diferencia de éste. Sólo Thick as a brick, y Heavy horses le superan , en mi opinion. Stand Up estaría la par, Aqualung un punto por debajo y Songs from the wood dos puntos por debajo
Muy divertida clasificación, jeje 🙂 Es verdad: “Benefit” entra desde la primera escucha y es muy, muy adictivo.
Gracias
Sensacional!
Muy amables por tal información…
Un saludo
Muchas gracias a ti por escribir, Ignacio. ¡Salud!