Parece claro que lo de El blues del perdedor nace con ánimo de título autodefinitorio, al menos en buena medida. Y es que a Joel Reyes nos lo llevamos encontrando aquí y allá, en distintas formulaciones y bajo diferentes epígrafes, desde hace ya un buen puñado de temporadas. De hecho, ese extraño subtítulo de la colección, 20-30-50, es una referencia al paso de los años: medio siglo soplando las velas en las onomásticas, 30 años de trayectoria sobre los escenarios, dos décadas desde que este artista de Reus (Tarragona) se instalara en ese Madrid que todavía hoy le sigue sirviendo como guarida.
Hay mucho amor por el oficio en estos surcos, incluso aunque se entremezcle en ocasiones con el despecho. Hay mucha ética del trabajo y del esfuerzo, porque Reyes sigue reivindicándose como luchador a brazo partido. Y hay raudales de vocación ajena al desaliento: aquí hemos venido a cantar y también a resistir, parece insistirnos el reusense en cuanto le miramos a la cara y aguzamos el oído.
No, el camino nunca le ha sido ni sencillo ni particularmente propicio, pero ello ahonda en la misma legitimidad de esta antología que es a un tiempo disco doble, recopilatorio, álbum de colaboraciones, regrabación y entrega de material inédito. Porque de todo hay en estas 21 piezas seleccionadas, que aumentan a 27 si reparamos en el doble cedé que incluye el propio doble vinilo. Una bonita metáfora: el amor por el oficio, encapsulado en el mimo primoroso por el formato. Seguirá siendo por ahora un perdedor, aunque merezca anotarse sus primeros triunfos incontestables desde ya mismo, pero estamos ante una de las ediciones físicas más cuidadas, minuciosas y elegantes que ha conocido la cantera local durante este 2022 ya en vías de extinción.
Lo importante es que entre los ejemplares extintos nunca figuren caballeros de las tablas como este Reyes por ahora sin corona. Su malditismo involuntario se ha visto agudizado por las circunstancias, como que el disco inmediatamente anterior, Diez gramos de arena (2020), desapareciera del mapa en plena hecatombe pandémica. Una de las piezas rescatadas, Maldito rocanrol, simboliza bien el espíritu que sigue alentando a nuestro protagonista, su amor incondicional por la causa aunque el empeño a veces se vuelva doloroso. “Todavía creo en ti, a pesar de todo”, proclama Joel con aires a Pereza.
Un pupilo evidente de Rubén y Leiva, el valenciano Isma Romero, ejerce en esa ocasión de voz invitada, pero la faceta de los dúos con ilustres compañeros de oficio se refrenda en El blues del perdedor como una de las grandes debilidades de su firmante. Por aquí desfilan o se rescatan duelos interpretativos con Lichis, Nat Simons y otros perfiles más inequívocos de la canción de autor, desde Rozalén a Marwán, Nadia Álvarez, Eladio Santos (Eladio y los Seres Queridos), Marazu o Esther Zecco. La propia alineación corrobora el perfil de quien no deja de ser, ante todo, cantautor, más allá de que pueda aplicar a la fórmula un cierto sesgo eléctrico y fronterizo (Virgen de las causas perdidas). Pero lo de Joel Reyes es cosa seria, tanto como las hechuras de esta antología nacida con la aspiración de colocarle los puntos a todas las íes. Ojalá acabe consiguiéndolo, y sin necesidad de que esas cifras de referencia, 20-30-50, se incrementen en demasía.