Pocos nombres se nos pueden venir a la cabeza con una dimensión tan mediática como Justin Timberlake, pero el antaño querubín de Memphis lleva demasiado tiempo protagonizando más chismorreos y crónicas de sociedad que episodios de admiración más o menos unánime en torno a su carrera artística. Y el músico, actor y antiguo niño prodigio se ha propuesto revertir la situación con un empeño indisimulado: Everything I thought it was no solo pone fin a un silencio discográfico de seis años, desde aquel Man of the woods (2018) que ya casi nadie recuerda, sino que lo hace con un aparatoso batallón de 18 canciones hipervitaminadas, ultraprocesadas y henchidas de baile, llamadas a la diversión sin recato y riadas de testosterona.

 

Son 77 minutos concebidos para saciar el apetito del más pintado, cuatro largos años de trabajo durante los que el icono se ha propuesto reconquistar el perfil más lúdico y lúbrico, además de jugar la baza de la nostalgia con el regreso de su banda juvenil, *NSYNC, en Paradise, una balada por lo demás trilladísima y no en vano relegada al penúltimo lugar de la lista. Timberlake saca a relucir toda la artillería, pone en liza a un auténtico ejército de productores (aunque con su cómplice principal, Timbaland, siempre a la cabeza, junto a famosos como Calvin Harris) y exprime toda su capacidad de seducción para persuadirnos de que nada le interesa ahora mismo tanto como erigirse en el rey de la pista. Pero el pretendido flechazo se queda solo en rollito pasajero de una noche.

 

En su empeño por la autoafirmación, Timberlake flaquea en la perspectiva y se le va la mano con el minutaje. Es una idea recurrente esa de que a los dobles elepés les sobran canciones y habrían sido mucho mejores en una versión mesurada como disco sencillo, pero Everything… es una constatación clamorosa de ese fenómeno. No nos resistiremos al falsete de Justin en No angels, un fabuloso artefacto bailable que apela al mejor funk discotequero y pone en jaque el reinado de Bruno Mars. Infinity sex también recurre a los bajos octavados para las discotecas y a la concupiscencia sin filtro, como en My favorite drug, mientras que Love & war coquetea con la ensoñación de que Prince aún mora entre nosotros, se ha vuelto rubio y se ha puesto a escribir baladas para una segunda parte de Purple rain. Pero se entiende mal que un álbum tan extenso y, en teoría, ambicioso, abra con una pieza tan plana como Memphis o incurra en medianías planas y ralentizadas como Technicolor. Y ni siquiera queda claro que Selfish, con ese aire de levitación y un desarrollo tan predecible, fuese la mejor opción para un primer sencillo.

 

Al final, Everything I thought it was promete más de lo que da, aun dejando la sensación de que podría aportar mucho. Porque Timberlake puede ser elegante y morboso a la vez, cuenta con pegada, recursos y un despliegue de medios apabullante. Pero es curioso que, disponiendo de tantos y tan distinguidos asesores, nadie se haya atrevido a hacer bien su trabajo y sugerirle, sin rodeos, que tirase de tijera.

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