Sí, ya sabemos que en mundo ideal de vino y rosas, mujeres como Kacey Musgraves deberían ser las que provocasen largas colas, escenificaciones del delirio colectivo y hasta viajes transoceánicos para conseguir una entrada en el Bernabéu, pero tampoco dramaticemos: Taylor es una opción mucho más alentadora que el reguetón machirulo, y quién nos dice que desde folclore o evermore haya algún algoritmo lúcido y piadoso que proponga un salto hasta Deeper well. Pensábamos en la canción titular, pero en realidad la idea sirve para abrazar el disco entero, 14 canciones tiernas, cándidas, delicadísimas, de una belleza frágil y nada perecedera. Música femenina, campestre, orgullosa y empoderada, sin florituras, trampa ni cartón. Cosas que pueden permitirse solo aquellas mujeres tan talentosas como para aunar una garganta límpida, cristalina y evocadora con un lápiz propicio para conmover.

 

Deeper well es un ejercicio de composición casi otoñal, de lluvia fina y evocadora que va calando la ropa hasta colársenos en los tuétanos. Es de una finura nostálgica y adorable, tan delicada como el abrazo que se le procura a un chiquillo o como una sesión fotográfica en lo más recóndito del bosque. Los instrumentos acústicos sostienen el timón y propician un viaje plácido, precioso, a cámara lenta, mientras la heroína de Texas saca lustre a su timbre vocal más granulado y confidencial. Porque el disco entero encierra esa virtud de que, firmándolo una artista colosal que opera desde la meca country de Nashville, parece una allegada que nos ha confiado una colección de postales sonoras personalísimas para que disfrutemos en la más estricta intimidad.

 

Solo Cardinal, el título inaugural, presenta guiños parecidos a los ganchos para las radios comerciales o destellos de producción rutilante. Daniel Tashian, el hombre que vuelve a estar detrás de la mesa de mezclas (y que ya escoltó a Kacey hace seis años en Golden hour, el álbum de su gran despegue), ya se encarga de controlar arrebatos, gesticulaciones o maniobras espasmódicas: todo en su sitio, la estancia a media luz, el fresco de la anochecida colándose por una rendija de la ventana. Incluso Heaven is parece más irlandesa que trasatlántica.

 

Hay ligeras concesiones a la efusividad en Jade Green, envuelta en una capa de sintetizadores y electrónica sutilísima, tan tenue que casi no se puede ni computar. Pero la norma es la mirada interior. Incluso las miserias del materialismo y de la doctrina capitalista se afean en Lonely millionaire. Nada de ello sirve para vender muchos sombreritos de vaquera en los tenderetes de mercadotecnia, pero nos puede hacer más felices. O servir de regalo para quien se lo merezca: al partir, este disco de Musgraves y una flor.

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