Nunca ha sido Kevin Morby un autor evidente, lo que le engrandece aunque haga más enrevesado el acceso a una obra creciente y fascinante. Lo demuestra este sexto álbum, delicioso pero nada instantáneo, inmerso en una aureola de grabación casera y poco sofisticada. Repleto de decisiones nada convencionales a la hora de redondear las partituras. Brother, sister sirve como ejemplo insuperable al respecto con su inesperado tarareo central pentatónico, que desconcierta en un principio y acaba fascinando a partir de la segunda escucha. ¿Un cantautor independiente ensayando un estribillo a la china desde el corazón de Los Ángeles? Algo así.

 

Llega Sundowner a nuestras manos apenas un año después del rotundo y ambicioso Oh my God, álbum doble y rutilante en que este muchacho de 32 primaveras le concedía un margen a la ambición y la grandilocuencia. Este sucesor ejerce como contrapunto: es pausado, reflexivo, meditabundo. No oculta sus orígenes caseros en una mesa de cuatro pistas. Y demuestra en su tema central que un treintañero millenial puede ser un rendido devoto de Leonard Cohen. Y eso, evidentemente, le honra.

 

Las referencias son clásicas; los desarrollos, mucho menos. Campfire no oculta su filiación dylanita, aunque sea con un deje en el timbre de voz que remite a los tiempos de Nashville skyline. Pero nadie pronosticaría su interrupción abrupta, que deja paso a una voz que canturrea, solitaria, al calor de una hoguera. También hay sorpresa en Wander, que mira de manera más evidente hacia un Neil Young tosco y asilvestrado para truncarse mucho antes de nuestras expectativas, cuando el cronómetro ni siquiera había completado el minuto dos.

 

Y hay más ejemplos, como ese Don’t underestimate midwest American sun tan introspectivo, con guitarra parca y voz queda durante la estrofa y una elemental caja de ritmos para complementar el estribillo. O los buenos siete minutos de letanía circunspecta para A night at the little Los Angeles, donde Morby, natural de Kansas y residente en la Costa Oeste, recita con el ojo puesto en Lou Reed para insuflar espíritu neoyorquino. Sundowner, como ese trago de licor amargo y vigoroso que se toma para honrar la caída del sol, puede rascar al principio en la garganta. Pero el paladar no tardará en acostumbrarse y agradecernos el suministro.

 

 

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