Los Amigos de los Animales, a veces también con el (no muy atractivo) acrónimo LADLA, viene a ser una banda fantasma que lleva cerca de tres décadas operando desde una oscuridad casi clandestina. Ahora ha cobrado corporeidad con este primer y, previsiblemente, único disco, acompañado a su vez por una única comparecencia pública que tuvo lugar esta semana pasada en el Teatro Circo de Murcia, el lugar donde, como no podía ser de otro modo, se ha fraguado toda esta alambicada y fascinante historia. Detrás de todo el entramado figura el nombre de Emilio Cortés, una especie de renacentista del pop, un caballero que podría haber ejercido como cantautor pero ha preferido más el papel de misterioso hechicero, y que de hecho distorsiona sus partituras originales salpicándolas de ambientes, melotrones, e-bow y todo aquel arsenal susceptible de que las certezas originales tornen en interrogantes. Puede ser discutible, como sucede a menudo, la utilización del inglés, que no siempre suena aquí natural y nos priva de conocer el universo poético original del firmante. Pero es una apreciación colateral, porque lo importante es la constatación de que nos hallamos ante un microcosmos hermoso y atípico, un territorio entre el lirismo, el enigma y la psicodelia que a nadie habría extrañado en un álbum de Midlake. Estamos hablando, en definitiva, de una cosa seria. Mucho. Hay tres pasajes bajo el epígrafe “Hypochondriac mind” (eso que viene a ser una declaración de principios), momentos de cobijo en torno a los Pink Floyd primerizos, los desbordantes arreglos de cuerda para un monumento titulado “Way to be with you”. Los teclados Moog no hacen sino retrotraernos a los setenta, lo que viene a ser la atemporalidad. Y este disco suena así: casi, casi inmortal.