Hay que admirar la originalidad y la valentía, más si bordea la condición de osada, y Los Malinches se ajustan con toda precisión a esos parámetros. A la altura de su tercera entrega, el cuarteto murciano no solo exprime las posibilidades del pop psicodélico, a veces más apegado al surrealismo que a la lisergia, sino que bendice un precioso y casi extinto idioma precolombino desde el título y, para mayor atrevimiento aún, asume el reto de un álbum conceptual como marcaban los cánones. Un elepé temático, sí, de los de verdad.

 

No, no es que las 10 piezas de Planeta náuhatl se entrelacen a partir de algún tenue hilo argumental o similitud estilística, sino que solo escuchándolas todas y en el orden establecido comprenderemos el relato íntegro que se desarrolla a lo largo de estos 35 excelentes minutos de música. Y ese leit motiv no es otro que la materialización acelerada de la hecatombe medioambiental, en vista del maltrato despiadado que venimos infligiéndole a la pobre Tierra, y la búsqueda de algún otro territorio planetario desde el que reemprender nuestro camino como especie, purgar los pecados que hemos ido cometiendo sin el menor cargo de conciencia y encontrar argumentos para entonar, en el último de los episodios (No es tan difícil), un remozado canto de esperanza con hechuras genuinamente friquis.

 

Esa vocación estrafalaria es consustancial a la naturaleza de Los Malinches, pero aquí llega a su máxima expresión con el tema titular, una apertura para la cara B tan gloriosamente delirante como un viaje inducido por la ayahuasca (“en la noche oscura no parará de brillar / en el cielo la grulla con su cola tricolor”), con las guitarras saturadísimas y los teclados en franco despendole. Y la cosa no se queda ahí. Los huertanos refrendan su amor por el rock marciano y underground a partir de las dos versiones que deslizan aquí: Todo corre, un sabroso delirio rubricado por los guatemaltecos Agrupación Galaxia 49 años atrás; y Amor salvaje, recreación de aquel Wild love (1967) de Herman’s Hermits a la que llegan no a través del tema original, sino de la adaptación de los chilenos Los Picapiedras.

 

El gusto por el rock añejo, crepitante y legítimamente sesentero se multiplica con el chisporroteo de Campamento espacial, un single en estado de gracia, o con el irresistible bajo al galope de La patrulla, por no hablar de la nítida conexión de la mencionada Todo corre con en Oye cómo va, de Carlos Santana. Y añadamos el universo tímbrico que atraviesa todo el álbum, generoso en congas y teclados Farfisa, y salpicado por la flauta travesera, a la manera de Traffic, para afianzar la conexión bucólica de En el bosque. Hablamos mucho y bien de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba o de Califato 3/4 para definir nuestra escena psicodélica peninsular, pero no nos olvidemos nunca de los jiennenses Los Mejillones Tigre, del locuelo granadino Tito Ramírez y de estos Malinches desmadrados para que la abstracción mental de nuestro viaje alcance cotas todavía más estratosféricas.

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