Sujetas a una extraña y parece que casi inmutable tradición, los grupos que duplican un mismo término para presentarse ante la pila bautismal acaban caracterizándose por su naturaleza atípica y nada acomodaticia, un gusto por salirse del carril central y entregarse a un sonido singular y único a la hora de enfrentarse ante el santo oficio de las categorías y definiciones. Les sucede en la actualidad y con parecidas intensidades a Everything Everything o Django Django, de la misma forma que en su momento acontecía con los fabulosos Talk Talk, una de esas formaciones muy difíciles de abarcar con las palabras y la imaginación. Y corroboran el fenómeno los muchachos de Man Man, practicantes de una suerte de art-rock escurridizo en cuanto a límites y demarcaciones, adictivos sin necesidad de ajustarse a muchos moldes ni plantillas.
Honus Honus, el nombre artístico escogido por ese geniecillo polifacético llamado Ryan Kattner (música infantil, bandas sonoras y una novela gráfica figuran entre sus inquietudes paralelas más recientes), conmemora con este séptimo álbum las dos décadas completas de la banda, y evidentemente no era cuestión de transformarse en un creador convencional o ligero a estas alturas. Con todo, Carrot on strings es un álbum mucho más divertido, travieso, juguetón e instantáneo que ese laberíntico Dream hunting in the valley of the in-between (2020) con el que estos chicos de Filadelfia afincados en Los Ángeles finiquitaron aquel paréntesis en sus operaciones de siete años. Es fácil enamorarse del desparpajo del tema inaugural, Iguana, con su arranque a lo Baba O’Riley (salvando algún año luz de distancia). Y más sencillo aún engancharse a Cryptoad, que podrían haber escrito Franz Ferdinand en alguna tarde de bajonazo. Y así lo corrobora ese leit motiv recurrente y memorable: “Llévame a casa, esta fiesta apesta”.
Tastes like metal incide en la vertiente lúdica, un artefacto con músculo rockero y epílogo sorpresa en modalidad pentatónica. Pero Honus Honus no puede ponernos las cosas fáciles: Mongolian spot, la primera balada, supone casi un frenazo en seco, una manera más bien brusca de recuperar el resuello a partir de una pieza que no se mueve de su sitio. Puede ser una estrategia para que le hinquemos el diente con más ganas a Blooodungeon, juego trepidante con segunda voz femenina y un ingenioso puente final en el que se deletrea el título como si nos hallásemos inmersos en una peli de terror.
La pieza que sirve para bautizar el álbum resulta ser un pasaje de apenas un minuto en el que un cuarteto de cuerda revienta los arcos entregado a la disonancia pura, chirriante y atonal. La inexcusable heterodoxia en los territorios de Man Man, ya saben. Sirve como puerta de entrada para una segunda mitad bastante más experimental, intrigante e inaprensible en el trabajo, con un Mullholand drive absorto y Pack your bags convertido en estricta repetición obsesiva de una sola frase en torno a un ritmo trepidante. Y nos queda aún el country más que iconoclasta de Cherry cowboy y el sugerente epílogo ambiental (o cinematográfico, ahora que es también especialidad de la casa) de Odyssey. Kattner sigue sin ponérnoslo fácil, pero es imposible no quererle.