Es sintomático que la música contemporánea de filiación más o menos minimalista atraviese no ya una segunda juventud, sino probablemente el momento de esplendor máximo que ha conocido a lo largo de este último medio siglo. Quizá pueda tratarse de una reacción más o menos intuitiva frente al trajín desorbitado de esta vida que nos traemos, una manera de tomar aire y reivindicar la belleza y el sosiego, pero parece innegable que uno de los grandes culpables de este fenómeno hemos de buscarlo en Max Richter, el hombre que mejor ha sabido definir una impronta propia sin renunciar a las señas de identidad del género. Esta colección, maravillosamente abigarrada (43 piezas, dos horas y media largas de éxtasis), constituye el primer intento de encapsular un repertorio que comienza a ser abultado. Poco podremos objetar a una selección que ha concretado el propio compositor alemán (¡nacido en Hamelin, para poner fáciles los titulares!), más allá de constatar que hay muy pocas páginas menores en una trayectoria no especialmente precoz: Richter sumaba 36 años cuando hizo entrega de su primer álbum, el fascinante Memoryhouse, representado aquí por el violín endiablado y plañidero de November, que gime bajo el paraguas de unas cuerdas de dramatismo estremecedor. A eso se le llama ponerse el listón alto desde el principio, aunque la colección (que huye de la aburrida ordenación cronológica) demuestra las magníficas relaciones del autor con la audacia: desde la maravillosa reinvención de Las cuatro estaciones de Vivaldi, que escandalizó a algunos oídos timoratos, a los contrastes que señalan dos obras tan cabales y complementarias como The blue notebooks y 24 postcards in full colour. Y todo ello, claro, antes de llegar a la genialidad conceptual de Sleep, esa partitura de ocho horas (aquí figura Dream 3) concebida para interpretarse de noche e inducir al sueño de los asistentes, una plácida locura que el arriba firmante tuvo la fortuna de experimentar en julio de 2017 en una nave del distrito madrileño de Villaverde y que este otoño llegará incluso a la Muralla China. Artistas tan grandes como Nico Muhly, Jóhann Jóhannsson, Ólafur Arnalds o Nico Casal, nuestra gran esperanza peninsular en el gremio, no son ajenos al influjo de Richter, que en esta entrega amplifica las dimensiones de su ascendente con ejemplos de sus incursiones en el ballet (Infra) y, claro está, las bandas sonoras (Waltz with Bashir, Taboo, The leftovers). Y los pequeños richters siguen asomando la cabeza, como comprenderá cualquiera que se acerque por alguno de estos deliciosos discos recientes: Parasol peak (Manu Delago), Pianoworks (Eluvium), Get lost (Bruno Bavota) o Absent minded, del jovencísimo Gabríel Ólafs. Sin olvidar a nuestro mallorquín favorito, Joan Valent, que ha vuelto con Poetic logbook a la primera línea.
Hola. Me llamo Javier y soy un apasionado de la música y en concreto de este género que lo llaman música contemporánea pero que desde mi humilde opinión lo tendrían que llamar neoclásica o bien clásica electrónica. Richter ensambla a la perfección los dos mundos creando atmósferas sumamente atractivas para el oyente! Una delicia el poder escuchar sus discos! Lo recomiendo a todos aquellos amantes de la buena música.