He aquí a Txema Mendizábal, otro fiel perseverante de la canción de autor con poso rockero, un bilbaíno afincado en Valencia que tira de honestidad inquebrantable y una garganta muy sincera como bazas para acabar arañándole al oyente las costuras del corazón. Txema encarna la resistencia en el oficio, la de un tipo de trayectoria extensa que no se animó a firmar en solitario hasta que hace un par de temporadas alumbró Golpe de estado, del que ahora Disparo reveladorse erige en prolongación y refrendo: misma tipografía que su antecesor, un repertorio poco profuso (diez canciones en apenas media hora) pero muy bien medido, una voz frágil que inspira autenticidad y ternura, el compromiso con la verdad desde la crónica y la confesión y un sonido muy orgánico. Cosas de trabajar con Cayo Bellveser y Xema Fuertes, habituales de Josh Rouse, que dejan espacio para que las cuerdas vibren y cerdeen, se sienta la respiración y el conjunto se enriquezca con la sutil imperfección de la auténtica artesanía. Es inevitable que en estos casos se nos vengan a la cabeza Antonio Vega, Enrique Urquijo o Quique González, el triunvirato de nuestros grandes cancionistas, incluso aunque el último de ellos tienda a no asumir del todo el ascendente sobre quienes parecen haberse inspirado en sus pasos. También Fabián, con quien se asemeja en timbre y comparte escudería discográfica. Más inesperada es la inspiración en Jens Lekman que parece alentar Pequeña Irene, una pieza narrativa sobre una delicada intervención quirúrgica a un bebé, aunque en el seguimiento de las fórmulas del sueco aún queda margen de mejora. Pero el tema central es impoluto, Partida engancha de inmediato con su brisa de folk-pop amable y hay anotaciones del día a día en casos como Luces de verano. Mendizábal se une a esa nueva canción no bisoña (Alfredo González, Vázquez, David Copper, Pachi García Alis) que pide a gritos un hueco mayor en nuestras oraciones.