Sobre el papel, parecería una confluencia tan improbable como prometedora. Pero la materialización, esta hora y un minuto de insólita aventura conjunta, avala la vieja enseñanza popular sobre el todo y la suma de sus partes. A Milton Nascimento, leyenda viva de la música brasileña, y a la contrabajista estadounidense Esperanza Spalding les separan 42 años de vida y los 11.000 kilómetros que este vuelo chárter musical ha cubierto entre las ciudades de Portland y Río de Janeiro, pero el resultado de la alianza es tan natural, cálido, espontáneo, vivo y amable que acaba pareciéndonos conmovedor. Sobre todo, ante la evidencia de que a Nascimento no le sobran ya muchas energías, pero su hilo de voz basta para erizar los vellos a cualquier oyente predispuesto a la hermosura.

 

No sucede, en apariencia, ningún tira y afloja entre el repertorio de filiación más brasileña y el de sustrato norteamericano y jazzístico, porque ambos ingredientes se cruzan y entremezclan, a veces (Morro velho) de una manera tan integral que se vuelven una realidad nueva, única e indistinguible. Y en la parte vocal a veces se impone la alternancia, pero lo más emocionante sucede cuando el maestro y la admiradora confluyen en la misma pieza. El más precioso ejemplo lo encontramos con Outobro, un prodigio de compenetración y simbiosis, un mensaje estremecedor a modo de epílogo (“Mi historia está contada / Me voy a despedir”) y un despliegue descomunal de talento a cargo de la flautista (y también cantante) Elena Pinderhughes.

 

Nascimento se ha embarcado en una gira de despedida y quizá afrontara este Milton + esperanza como un plausible canto del cisne, pero lo que desprende el repertorio de ambos es, ante todo, vitalidad y agradecimiento. Sobre todo cuando el carioca dedica un canto de amor a Paul Simon, Um vento passou (Para Paul Simon), en el que resulta estar acompañado… por el mismo Paul Simon. El neoyorquino, que arrastra problemas auditivos y también ha perdido buena parte del vigor vocal, se ve así inmerso en un hermanamiento entre genios señeros, endebles y viejitos ante el que solo podemos callar y emocionarnos. Igual que con la travesura juguetona de Wings for the thought bird, casi un trabalenguas tarareado que invita a pensar en el disfrute hasta el último suspiro.

 

Hay muchas otras buenas razones para zambullirnos en esta entente de la sonrisa, desde el dúo con Guinga para Saci al extenso y planeante epílogo de When you dream, más de nueve minutos para echar el telón, esta vez con la presencia adicional de la cantante Carolina Shorter. O la muy dinámica lectura de A day in the life, el clásico de los Beatles, un hueso duro de roer ante el que nuestros dos protagonistas salen particularmente bien parados. Esto no es solo un disco: es una fiesta y una celebración.

 

 

 

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