Cuentan quienes mejor le conocen que Nacho Vegas es un sentimental de tomo y lomo, un hombre íntimamente apegado a las personas, tiempos y lugares. Por eso Oro, salitre y carbón no es una mera antología al uso sobre lo que ha dado de sí su trabajo a lo largo de esta última década, sino casi un reconocimiento personal a las andanzas de la mano del sello Marxophone, cobijo para sus muy diversas aventuras datadas entre 2011 y 2020. Un periplo que aquí se sustancia en 26 canciones muy provechosas no solo para adentrarse en su pantanoso universo, sino también de cara a los más avezados: como en los mejores recopilatorios, encontraremos abundantes inéditos, rarezas, tomas en directo y demás sabrosos señuelos para todos los públicos.

 

Ha consolidado Vegas su perfil de hombre atormentado y convulso, por más que en alguna entrevista avise de que tiene capacidad de reírse mucho. Y la constatación de esa turbiedad la encontramos en la cuidada y negrísima presentación de esta caja: tan sobria, tan esencial. Es el envoltorio adecuado para una voz difícil, árida, incómoda en contenido y continente. Porque Nacho nunca se mordió la lengua, y en ese sentido la inédita Fabulación sirve casi como manifiesto de hartazgo ante las medianías políticas e ideológicas de este 2020 de todos los horrores. Un cruento resumen, ciertamente doloroso, de lo que nos define como sociedad y hasta de lo que se nos avecina después de una década que ya había comenzado con Cómo hacer crac: un aldabonazo nada afable, pero sí lucidísimo y terriblemente premonitorio.

 

Termina sirviendo así Oro, salitre y carbón como retrato no solo propio, sino ajeno. Y como prolijo compendio de rarezas, proyectos puntuales (la defensa a machamartillo de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, el vigésimo aniversario de Ecologistas en Acción, el compromiso con el folclor y la lengua asturianas) y nuevas páginas necesarias: la dependencia inmisericorde de los psicofármacos en Lyrica, el amor dificultoso en El ruido y las estrellas, incluso la sorprendente incursión en la música instrumental del tema que inaugura la caja y le da título.

 

Queda, en fin, el refulgir crudo de una obra sin concesiones pero cargada de significados y destellos poéticos. La visión cáustica de Ámenme, soy un liberal y la lírica de Me lo dijo un ángel. Y hasta el colofón de dos ejemplos (La última atrocidad y La pena y la nada) de su jubiloso paso por el Price madrileño en enero de 2020, cuando aún éramos cándidos y felices, ajenos a la inminencia de un crac más negro aún que el cartón –y el carbón– de Nacho Vegas.

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