Ha mutado Natalia García Poza unas cuantas veces de piel, en el arte y en la vida, pero parece al fin cómoda en la que ahora mismo habita. Tanto como para reafirmarse con lo que es, en el fondo, una repetición corregida y ampliada de su jugada inmediatamente anterior. O un movimiento que recuerda, y mucho, el proceso que en su día siguieron los chicos de Pereza cuando, tras dar el gran salto con Animales (2005), optaron por ampliar el alcance de la jugada solo un año más tarde con aquel Los amigos de los animales.

 

En 2018 nos habíamos guardado ya en la memoria el nombre de Nat como firmante de Lights, un disco grabado en Carolina del Norte. La tomamos entonces como la plasmación de un talento dulce, delicada, sensible y más apegado a la parsimonia, una nueva musa para los amantes del americana que había nacido en la meseta ibérica pero aspiraba al renombre internacional. Y el giro resultó copernicano cuando nos la reencontramos en 2021 con aquel tercer álbum, Felina, con letras en castellano, sonido crudo y guitarrero, rabia muy poco disimulada y urgencia por saldar cuentas pendientes. Adiós a la candidez y la seda: sus uñas larguísimas y esmaltadas en rojo chillón hacían las veces de puñales afilados y amenazadores.

 

El empoderamiento aquel evoluciona al refrendo de ahora, quizá como una manera de reafirmación personal y de celebración de un cuadragésimo cumpleaños ya inminente. Ya no son momentos vitales de crisis, sino de apuntalar virtudes, aventar temores, invertir en afectos y extraer todo el significado a ese concepto por fin esencial que es el empoderamiento. Felinas retoma parte del repertorio de su hermano discográfico mayor y casi homónimo, aunque Simons aprovecha para volver sobre otras debilidades personales de su propio catálogo y a consolidar un sonido evocador de algunas de las mejores músicas que hemos conocido los habitantes de este planeta a lo largo del último siglo. Más en concreto, los sonidos de los años setenta.

 

La propia Nat se sincera con la enumeración y asume lo que cualquier oyente atento percibirá en cuanto le hinque el diente a este cuarto elepé (o tercero bis, si tal catalogación existiera). Nuestra protagonista explicita una deuda emocional y artística con Patti Smith (¡claro!) a otros referentes más apegados al rock clásico: Springsteen, Tom Petty, Fleetwood Mac. Si unimos un toque de glam (presente incluso en la tipografía del título) por vía de Bowie y Marc Bolan, y aportamos unas gotas del Elton John baladista y la new wave encauzada a través del prisma de Bowie, tendríamos completa ya la fórmula magistral.

 

Insistimos: los nombres mencionados provienen de labios de la propia Simons, pero su música no hace sino materializar estas palabras. Y todo ello con el aporte proteico suplementario de unas amigas magníficas, en sintonía encantadora: no podían faltar Vega o Nina de Juan (Morgan), maravilla la recuperación de Aurora Beltrán (Tahúres Zurdos), juegan con viento a favor Eva Ryljlen o Rebeca Jiménez y solo podemos certificar, una vez más, nuestro amor eterno hacia Anni B Sweet, más aún cuando vuelve a producirla Íñigo Bregel (Los Estanques). Escuchar a Nat, Anni e Íñigo la reinvención del clásico No me importa nada, de Luz Casal, justifica de por sí esa ese del plural con la que hemos evolucionado de Felina a Felinas en estos últimos años.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *