Circunstancias perfectamente improbables. ¿Qué hace una joven banda alemana de Hamburgo practicando un soul impoluto, clásico y añejo, como si rebobinásemos seis décadas en el tiempo y situáramos la chicheta en el mapamundi sobre el corazón de Detroit? Parece una combinación insólita, pero podemos incrementar aún más el margen para la sorpresa. ¿Qué tal si convocamos al frente de las operaciones a un cantante de origen irlandés? Nada parece ajustarse a las leyes de la lógica, pero Nathan Johnston & The Angels of Libra encajan al dedillo con la referida descripción. Y, para incrementar nuestro sentido del asombro, este estreno homónimo resulta ser, en una sola palabra, adorable.

 

Carecíamos de referencias sobre el cuarteto germano, admitámoslo. Y tampoco Johnston, al que el guitarrista Dennis Rux aceptó a convocar aprovechando que habían coincidido antes en unas sesiones de grabación, figuraba entre los nombres bajo cualquiera de los radares al uso. Son un hallazgo tan casual y feliz para nosotros como lo debe de haber sido su propia alianza. Pero si alguien sospecha que encontrará un álbum de circunstancias, un mero accidente resuelto a la manera académica de un ejercicio de estilo, se equivoca. El sonido palpita como si proviniera de un ejército de amplificadores con válvulas, el cuarteto base (guitarra, teclados, bajo, batería) se enriquece con cuerdas y metales suntuosos y las apelaciones habituales en estos casos, de Motown a Stax, se amplían con incursiones en el sonido del blaxploitation de los setenta, sobre todo en el caso de Curtis (Reprise), reaparición casi instrumental de Curtis (Do you wanna be a star?), el extraordinario tema de apertura que ya desde su propio nombre refrenda el obvio ascendente del maestro Curtis Mayfield.

 

El invento se sustenta a partir de una escritura habilísima y una manufactura irreprochable, con amplia mayoría de balas y tiempos medios, el bajo cálido de David Nesselhauf impregnándolo todo y la voz de Johnston jugando entre la negritud de un Ben E. King sosegado y los aires de crooner a lo Alex Turner que se gasta en Angel of Libra (y algo menos en Euphoria). Y la confluencia de todos los elementos arroja un sumatorio tan fascinante que no podemos atribuírselo solo a la casualidad ni a la alineación de planetas. Apóstoles del soul de ojos azules como Nick Waterhouse pueden ver su cetro en serio peligro si prestamos atención a prodigios cálidos como Modern times, un homenaje al difunto Charles Bradley. O pensamos en la cantidad de botellas de vino que pueden llegar a descorcharse al calor de All your love o la casi beatífica The nine angel choirs.

 

No todo son apelaciones a los viejos tiempos de gloria del soul, como certifican los tramos rapeados de Jericho o la temática del epílogo, Euphoria, que remite a los excesos en el consumo de estupefacientes al pie de las pistas de baile. Pero pongamos la imaginación a dar vueltas como una bola de espejos en Icarus, el único instrumental puro del lote, conducido por unos teclados demodé que nos recuerdan cuánto le debemos todavía a Filadelfia en el sonido de nuestra memoria (auditiva) sentimental.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *