Sería casi imposible mantener ese mismo nivel durante los diez cortes de esta pequeña gran joya postrera de 2019, pero, aunque solo fuera por su pieza inaugural y la definitiva, este Wave ya merecería un lugar perfectamente localizado en nuestra estantería. La primera, Dream for dreaming, parece a ratos una versión (muy) ralentizada de Radio ga ga, con rutilantes arreglos de cuerda y un éxtasis que parece suspendernos en el aire, como si de pronto pudiésemos olvidarnos de la latosa ley de la gravedad. La última, Here comes the river, es una de esas letanías crecientes que comienza muy suave y al ralentí, pero va creciendo, conmocionándonos, cortando la respiración. Ya sabíamos que Patrick Watson era un caballero sensible, pero esto constituye, en ese sentido, un refrendo en toda regla. No pueden ser a ello ajenas algunas circunstancias recientes y particularmente dolorosas, en especial la pérdida de su madre y el final de una relación prolongada. Por eso el tono compungido y existencial se extiende, consolida y reconcentra durante buena parte del discurso, que, seguramente no por casualidad, el autor ha preferido restringir a poco más de 37 minutos. Su voz se vuelve frágil, casi un falsete, en Melody noir (“Tú eres la más dulce melodía que he cantado jamás”), otra delicatesenfabulosa: imaginemos al Ray Lamontagne más vulnerable bajo los parámetros instrumentales del último Leonard Cohen. Son ya ocho los trabajos de este compositor ultrasensible y decisivo, hábil y cotizado también en el territorio de las bandas sonoras. Pero no es extraño, dado el dolor reconcentrado en estos surcos, que hubieran transcurrido ya sus buenos cuatro años desde Love songs for robots, su entrega precedente. Esta se presenta con un título infinitamente más austero, pero contenidos a ratos tan conmovedores como para olvidarse de todo, entornar los ojos y sentir esa ansiada gravedad cero.