Paul Carrack es un hombre tan extraordinariamente solvente como poco amigo de los sobresaltos. Él mismo admite que las nueve composiciones que estrena en este One on one, entrega redondeada por una versión deliciosa de Behind closed doors, son “bastante convencionales”. Y la definición, además de sincera, es inapelable. El disco número 18 de nuestro exquisito trovador de Sheffield incluye un muestrario impoluto de ese “soul de ojos azules” que entra siempre a la primera, acaso porque siempre deja una vaga sensación de familiaridad, de haber escuchado ya antes aquello que por vez primera se asienta en la bandeja de nuestro reproductor. A One on one le sucede casi en todo momento. Es reconfortante, canónico, elegante como él solo. Pero alérgico, sin duda, a las emociones fuertes.
La principal novedad de la entrega es logística, aunque ello termine repercutiendo también en la morfología. Carrack tenía en la agenda un 2020 plagado de viajes por medio mundo, pero, como todo hijo de vecino, se encontró súbitamente encerrado entre cuatro paredes. Por ello One on one se fraguó en soledad estricta y confinada, con el bueno de Paul Melvyn asumiendo todas las responsabilidades; incluso la batería, de la que habría hecho responsable su hijo Jack en circunstancias normales. Lo mejor es que, a partir de ese trabajo casi finiquitado, el álbum se redondeó durante la desescalada con algunas aportaciones distinguidísimas. En particular, tres: Peter Van Hooke para repasar y pulir la producción; el insigne Pee Wee Ellis (James Brown, Van Morrison) en el saxo tenor y Robbie McIntosh (The Pretenders) aportando su guitarra eléctrica en A long way to go, el corte más rutilante y espectacular, metales y coros femeninos incluidos, de todo el lote.
Carrack, en todo caso, es mucho Carrack. Incluso aunque su figura tenga algo de anónimo ilustre, personaje de trayectoria importantísima pero cuyo nombre no siempre le resulta familiar al gran público. Le avala un currículo abrumador por sus años en Ace, Squeeze y Mike and The Mechanics y se conoce todos los palos del oficio: el soul instantáneo y chispeante de la excelente apertura, Good and ready; la balada candorosa, solemne y al ralentí de You’re not alone (que puede recordar al clásico When I need you, de Albert Hammond); el medio tiempo de escuadra y cartabón en I miss you so, con letra para academias de inglés.
Mucho mejor disfrutar de la trepidante Lighten up your mood, con arreglos de Pee Wee y ese aire plácido y diletante del último Van Morrison. O encontrarnos, esta vez sí, con la poderosa batería de Jack Carrack en When love is blind, el título más escorado hacia el blues (junto a Shame on you, shame on me) en todo el lote. Al final, la mencionada recreación de Behind closed doors, el clásico country (1973) de Charlie Rich, certifica una vez más la extraordinaria facilidad de Carrack para el arte de las versiones. Y su talante generoso: acaba de alcanzar los setenta y sigue siendo un autor prolífico, pero nunca ha dudado en hacer hueco en sus repertorios a cuantas páginas ajenas se lo merezcan. Exquisito él, exquisitos los resultados sonoros.
Me has puesto los dientes largos, tendré q conseguir el cd
Grachie mile
¡Harás bien! (sospecho) 🙂
Creo que la descripción que haces del disco es muy fiel a la realidad.
Me parece un buen disco que además suena fenomenal.
Paul Carrack nunca defrauda.