¿Qué grado de obsesión completista debemos acreditar como para sentirnos en la necesidad de adquirir esta nueva edición de uno de los discos más discutidos (y discutibles) en el monumental legado de Pink Floyd? Puede que debamos apelar a un afán casi obsesivo por disponer de absolutamente cualquier nuevo material o artefacto, pero ese grado de fetichismo es casi consustancial a la condición de floydmaniaco. Y frente a lo que puedan inducirnos a pensar los primeros indicios y sospechas, hay suficientes ingredientes fascinantes en este disco vacuno, pero a la japonesa, de Gilmour, Mason, Waters y Wright como para que sucumbamos a la tentación y rompamos una vez más la ya famélica hucha consagrada a la adquisición de álbumes que ya obraban en nuestro poder desde la más tierna mocedad.
Atom heart mother es la quintaesencia del disco de transición, la imagen que debería sugerir Google como primera opción si le preguntásemos qué aspecto tiene una banda sumida en la búsqueda y el desconcierto. Después del a ratos irritante (y siempre desorientado) doble LP Ummagumma (1969), el cuarteto se confabuló para articular un nuevo lenguaje propio para afrontar la década que justo entonces daba comienzo. Y el reto de una suite de 23 minutos para la cara A es el paradigma de la ambición, la creatividad… y la dispersión, porque la utilización intermitente de secciones de metales, cuerdas y coros a la manera gregoriana provoca vaivenes estilísticos y sonoros de muy relativa coherencia. Con todo, es emocionante barruntar la enormidad que se avecina: en algunos pasajes grandiosos, esa suite de AHM tiene mucho de ensayo general para The dark side of the moon. Y aunque solo fuera por ello, por sentir los latidos aún larvados de una de las obras magnas del siglo XX, ya merece la pena regresar a este elepé irregular, pintoresco y decididamente marciano.
La extrañeza se multiplica con el contraste entre esa cara A y las canciones de la B, en la que los cuatro se reparten muy democráticamente las autorías. El luego célebre ensimismamiento de Waters ya apunta maneras con If, la sensibilidad de Gilmour impresiona en Fat old sun (aunque el solo de guitarra que la cierra no está, ni de lejos, entre lo mejor de su firmante) y Richard Wright da la campanada con la rara y maravillosísima Summer ’68, una fantasía de pop psicodélico que refrenda las sospechas de que a Wright le tocó ejercer del George Harrison de los Floyd mientras David y Roger colisionaban aparatosamente en su lucha de egos por controlar las operaciones y poderse permitir el lujo de mirar al otro por encima del otro. Por supuesto, el entusiasmo ante tres títulos de semejante enjundia se difumina con la digresión colectiva Alan’s psyhedelic’s breakfast, una especie de improvisación colectiva a cuatro bandas que no provoca tantas ganas de desayunar como de volverse a la cama y aprovechar para una última cabezadita esos 13 minutos de circunloquios fumetas.
La parroquia ha reaccionado a lo largo de los años entre el desconcierto, el enfado y la indulgencia, aunque en los últimos tiempos prevalece la idea de que estamos ante los cimientos del edificio colosal que asomaría con Meddle y cobraría unas dimensiones ciclópeas e inimitables con ese póker para la historia del género humano que configuran The dark side of the moon, Wish you were here, Animals y The wall. Pero no olvidemos que quienes en último extremo propician esta revisión fueron los más críticos con su criatura: Gilmour redujo AHM a la condición de “mierda”, mientras Waters, por no quedarse atrás, abogó por “depositarla en la papelera y nunca más sacarla de ahí”. Pero esta ocasión para reevaluar un trabajo tan controvertida gana muchísimos enteros con el blu-ray adicional, que rescata la suite en 30 minutos históricos y muy desconocidos capturados en 1971 en el festival japonés Hakone Aphrodite. Eran cuatro músicos en éxtasis y un público desacostumbrado y atónito, y el efecto es adorable.
Completa el menú audiovisual un documental sobre la vida de Pink Floyd en la carretera por aquellos tiempos a caballo entre décadas. Y se los ve tan jóvenes y persuadidos de su ángel, tan felices y radiantes ante la evidencia de que manejaban los hilos de la fascinación, que solo podemos sonreír, disfrutar y añorar tiempos que no volverán de ninguna manera. Ni para ellos ni para nosotros.
Mi alucinante pasión, salir a pedalear lejos, y por supuesto con mis tímpanos bien impregnados de Floyds…Echoes, Dark Side, Obscured by the clouds,uhhh que buen ride!
¡Tú sí que sabes, José!
Pues a mí me parece un disco fantástico, muy agradable de escuchar y de dejarte llevar por esa psicodelia y esos minutos instrumentales que te transportan a otro lugar. Es un disco que cuando voy solo de viaje me apetece escucharlo sobre todo el atardecer cuando llega la noche.
Muy apetecibles esos viajes en soledad con los Floyd en todo su esplendor, ya lo creo 🙂