Es curioso, y puede que hasta un tanto intrigante, que Mercury, May, Deacon y Taylor quisieran de entrada convertir el quinto disco de Queen en una obra subsidiaria de su antecesor, una especie de hermano menor o incluso de secuela, lo que más de cuatro décadas después sigue teniendo como consecuencia que veamos este A day at the races como una obra pequeñita, una transición no demasiado relevante al calor del éxito abrumador que un año antes había cosechado A night at the Opera. Era la misma portada, virada del blanco al negro, y la misma ocurrencia de aprovechar como título una película de los hermanos Marx. Nuestras Reinas habían alcanzado con Bohemian rapsody y demás joyas del antecesor un cetro que ya no abandonarían durante los otros 15 años de vida que le quedaban al irrepetible Freddie Mercury, y por supuesto tampoco post mortem. Pero A day…, emparedado entre aquella gran eclosión y la todavía mayor que se avecinaba con News of the world (y los dos éxitos más desquiciantemente irritantes del cuarteto, We will rock youWe are the champions), se queda como un tesoro semienterrado, un puñado de doblones de oro a los que solo los seguidores completistas han sabido extraer todo su fulgor. Solo Somebody to love pertenece al lote de los éxitos colosales del cuarteto, en este caso con todo el merecimiento y con Freddie pletórico en su consabido papel de supremo emperador del melodrama. Pero Tie your mother down, una apertura de temática malévola, recuperaba el perfil de glam y rock duro del que los británicos aún presumían en los tiempos de Sheer heart attack, mientras que Take my breath away exhibe unas polifonías vocales fabulosas (¡especialidad de la casa!) y uno de los motivos de piano más bellos de toda la discografía. Sí, puede que algunos arrebatos hard hayan envejecido peor, en particular White man. Pero el encanto medio cabaretero de Good old-fashioned lover boy The millionaire waltz nos sitúan ante un grupo en estado de gracia, por mucho que aquellas navidades del 76 fuesen las menos grandilocuentes en su incesante catarata de éxitos para la posteridad.

 

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