Tendemos todavía a pensar en Raúl Rodríguez como el hijo de la infinita Martirio y responsable máximo del soporte y escudería de buena parte de una obra que ya podemos considerar casi maternofilial, pero el trabajo en primera persona del guitarrista y compositor sevillano lleva sus buenos años siendo también cosa muy seria. La razón eléctrica confirma esa vocación ecléctica, mestiza y divulgadora que constituye la esencia misma de Raúl, por cuenta propia o como gregario, y se erige en colofón de una trilogía deliciosa aunque con un bautismo de trabalenguas que no resulta sencillo de integrar en la memoria: los capítulos que ahora se completan y complementan fueron Razón de son (2014) y La raíz eléctrica, en 2017, así que cada cual apele a los recursos mnemotécnicos que mejor le funcionen en estos casos.
Lo bueno de Raúl, en ese sentido, es que atesora tanta música en la cabeza que la desgrana siempre con mirada sabia, generosa y cercana, convencido como está de la fuerza sanadora de estos sonidos a caballo entre mares y culturas, pero siempre de acceso popular y franco. Es fácil enamorarse de La razón eléctrica porque bebe de abundantes sonidos tradicionales y enraizados, pero las autoexigencias de un tipo tan concienzudo como Rodríguez no han parado de multiplicarse en progresión exponencial. Porque no solo escribe, canta, arregla, produce y toca, además de la guitarra, el tres flamenco (la madre del cordero, ese cruce entre guitarra flamenca y tres cubano con el que erige su gran incorporación al mapamundi: el “Caribe afroandaluz”).
A ello debemos agregar sus grandes debilidades de cuerda africana (kora, ngoni, balafón), que se procure a sí mismo los coros y asuma, ya puestos, batería, percusiones y teclado. Así que nos encontramos ante un creador de sapiencia abrumadora, reconcentrada y pródiga, con el regalo añadido de algún colaborador puntual que, como Diego Galaz en el violín y Pablo Martín Jones en la kalimba, confluyen con Raúl en cuanto a ubicuidad, bagaje enciclopédico y, puestos a decirlo todo, bonhomía.
El panorámico firmante sevillano saca provecho de sus aprendizajes por medio mundo, de México a Mali y Senegal, de Cuba a la California que abrazó a Jackson Browne, de Haití a las seguidillas castellanas que laten en La vida es una rueda, una de las no pocas preciosidades manifiestas que se deslizan entre esta docena de títulos documentadísimos, para mayor disfrute, en forma de librodisco de 23×23 centímetros con abundantes textos explicativos y didácticos del autor.
Esa manera de compartir tanto saber sedimentado a lo largo de los años y de los kilómetros convierte al autor y su obra en referente y patrimonio. Le falta acaso a Raúl una voz con algo más de proyección, porque la suya, aun siendo agradable, le suena algo rasposa y escasa de cuerpo. Y alguna letra aislada, en particular Al otro lado del mar, parece tópica y liviana, sobre todo teniendo en cuenta que también en esta faceta nuestro protagonista se mueve en parámetros de notable alto. Pero son objeciones menores para un trabajo elaboradísimo, seductor y bello; cálido como solo pueden ser los discursos nacidos desde la más íntima verdad personal.
Un magnífico trabajo!!
Sí. Sin duda. Y qué bien que así sea… 🙂