Bienvenidos a la sutileza, al envoltorio sedoso, al susurro. Estamos ante el segundo disco de Rhye, una formación afincada en Dinamarca que hace cinco años consiguió cierta celebridad gracias a un anuncio y que en la temporada pasada obtuvo el aldabonazo de una celebrada colaboración con Bonobo. Y sí, la portada es explicativa: una figura seductora pero sinuosa, en la que la carnalidad solo se entrevé e importa más la sugerencia que lo evidente. Rhye practica una especie de rhythm ‘n’ blues contemporáneo con toques de electrónica, pero también con el componente táctil y analógico de los vientos (atención a “Song for you”, una preciosidad) y, sobre todo, las cuerdas, igualmente presentes en este corte, en el inaugural “Waste” y en buena parte de la entrega. Para el debate queda la particular formulación vocal del canadiense Michael Milosh, jefe de filas y cabeza visible de la banda. Por lo pronto, a tenor del acompañamiento fotográfico y su timbre andrógino e indefinido, más de uno le confundirá con una mujer hasta que se tropiece con su nombre en los créditos. Y eso siempre suscita intriga, interés, enigma. Pero lo más característico es esa fijación por la media voz, por una entonación que es casi un bisbiseo y que a veces adquiere dimensiones de nana narcótica (“Stay safe”). Puede acabar agotando un poco, porque Milosh no eleva el volumen ni una sola vez, pero el efecto, de entrada, es una caricia terriblemente sugerente. Un remanso. ¿Y a quién no le apetecen 40 minutos de confesiones casi al oído, de luces entornadas? “Blood” es una insinuación que tiene más de preámbulo que de encuentro consumado. Y es difícil no sentir simpatía ante una epidermis tan tersa y delicada.