Hay artistas que se ven condenados durante décadas a luchar contra la sombra de su propia obra. Le sucedió a David Gray: por mucho que en los últimos 20 años haya grabado algunos álbumes excelentes, y en este mismo 2019 hemos encontrado un buen ejemplo de ello, nadie le recordará en primera instancia por nada que no sea White ladder (1999). Al gran Richard Hawley le está ocurriendo un fenómeno parecido: cuando llegó Coles corner, y de eso han transcurrido ya tres lustros, era un músico ya experimentado, con enorme bagaje como subalterno y algunos discos en solitario maravillosos (por favor, recuperen Lowedges), pero desde entonces todo acontece en comparación con aquella obra. Further no es el primer álbum que parece concebido para ejercer como antídoto de su álbum de referencia, pero, al menos nominalmente, es aquel con el que pretende llegar “más lejos”. Por eso incluye las guitarras más crepitantes y hambrientas de toda su producción solista; más incluso que en Standing at the sky’s edge (2012), donde la fiereza se veía matizada por el caleidoscopio de la psicodelia. No es el caso esta vez de Off my mind (que parece un corte de Oasis con un Liam Gallagher ronco) ni Alone, aunque la colocación de estos dos cortes como arranque del álbum ofrece una idea engañosa. Further no es una entrega tan rockera como pueden sugerir esos seis primeros minutos, y tanto el hermosísimo tema central como el cierre, ese Doors que parece fundir a Roy Orbison con Morrisey, nos sitúan ante el inmenso baladista que el de Sheffield nunca ha dejado de ser. Porque Hawley no renuncia a la tristeza, y más a una edad, esos 52 años, en la que le toca escribir sobre la pérdida paterna (My little treasures) o el rápido desvanecimiento de los días, en el caso de ese Midnight train donde la batería nos evoca el movimiento de la locomotora. Al final, el autor de The ocean no llega tan lejos o no se aparta tanto de su zona de seguridad, pero puede que haya completado el álbum más inmediato y adorablemente instantáneo de esta última década.