Typhoons es el disco que agrandará previsiblemente las huestes de Royal Blood sin ahuyentar del todo a quienes ya les rendían pleitesía con sus andanzas anteriores. El tercer álbum de la banda de Brighton es el gran salto adelante que enloquece en los despachos de alta dirección pero al que no se le deberían formular grandes reproches desde las sesudas bases de la ortodoxia. Porque las esencias del dúo siguen ahí, indemnes. Pero el sonido se ha amplificado (en todos los sentidos) hasta volverse no ya rotundo, sino colosal. Mike Kerr y Ben Thatcher no seguirán jugando la liga de los pabellones; ahora quieren pisarle los talones a Muse a la hora de seducir a los programadores de los grandes estadios.

 

La pareja que se conoció en un aeropuerto, conmocionó a las huestes del blues-rock más garajero desde el primer minuto y optó al premio Mercury con su fulgurante y homónimo debut quiere llegar más lejos. Divertir y abrumar. Descocarse. Para ello, nada como ponerse en manos de Josh Homme (Queens of the Stone Age), uno de esos personajes intervencionistas desde la silla del productor: se nota su mano a la legua. El pedal de distorsión fuzz echa humo ya en la fantástica inauguración, Trouble’s coming, con la que queda claro que el ascendente de The White Stripes (y por extensión, de Led Zeppelin) ya no es el único ingrediente en el ideario del tándem. Pensemos más bien en la transformación de Arctic Monkeys en los tiempos de Humbug, también bajo la tutela de Homme. Todo encaja: el batería de los monos, Matt Helder, lució una camiseta de los Blood cuando a estos no los conocía nadie. Y estos devuelven la cortesía remedando a los Monkeys en Who needs friends.

 

En el fondo, Typhoons parece tan concebido para alborotar y abrumar desde los escenarios que puede provocarnos cierta sensación de extenuación cuando lo colocamos sobre el giradiscos. No hay tregua ni piedad: hasta Either you want it, el ¡séptimo! corte, no baja la velocidad del metrónomo, y lo hace de manera muy tímida. Y la única balada, All we have is now, queda relegada al corte de despedida, breve y más bien testimonial.

 

¿Cuánto de hedonismo hay en este lote? Mucho. ¿Cuánto de arrebato o estallido de adrenalina a colación de la pandemia? No descartemos que bastante. Thatcher y Kerr han decidido combatir los quebraderos de cabeza por la vía de sudar la camiseta. Y las fiestas colectivas en torno a Boilermaker o el tema titular pueden ser de escándalo.

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