Existen pocos personajes tan misteriosos e intrincados como Alexander Giannascoli, al que conocimos primero con el sobrenombre artístico de Alex G y que desde hace unas temporadas firma de una manera aún más estrafalaria, ese (Sandy) Alex G, paréntesis incluidos, como no se nos ocurre ningún otro ejemplo en nuestra discoteca particular. Pero existen aún menos discos tan hermosos, laberínticos y absolutamente fascinantes en este 2019 como House of sugar, definitivo paso al frente de este geniecillo absorto y huidizo que nunca había llegado tan lejos a la hora de exhibir una muestra de su evidente talento.
Los paralelismos en cuanto a estética e ideología sonora con el divino y malogrado Elliott Smith le acompañarán siempre, y miniaturas tan hermosas como Cow no hacen aquí sino refrendar esos puntos en común: folk raruno, melodías impensables, aires caseros y belleza tan imposible de tararear como fascinante en grados inusuales. Pero cada una de las 13 piezas de este trabajo, tercero para la factoría Domino, presenta una arquitectura distintiva y primorosa. Crime, por ejemplo, parece una balada vaquera para friquis en la que se cuela al final la vocecilla infantil de Molly Germer. SugarHouse (Live) demuestra que el de Pennsylvania sabe abandonar el refugio de su habitación, colocarse encima de un escenario y obtener el respaldo de teclados y un saxo tenue y cariñoso.
En el complejo y alucinógeno tema inicial, Walk away, hay más música que en muchos discos enteros, de esta temporada o cualquier otra; y tanto Southern sky como Hope son piezas un poco más sencillas y, en consecuencia, perfectamente radiables, al menos en un mundo ideal. Giannascoli ha abandonado por vez primera la religión del lo-fi, que nunca sabemos si es decisión voluntaria y forzosa precariedad de medios, y a sus 26 añitos ha rubricado sin duda el álbum de su vida. Al menos, de la vivida hasta ahora. Tiene tiempo para crecer, pero no mucho margen: el listón se la ha quedado esta vez rozando la estratosfera.