¿Cuánta música puede albergar un cerebro tan privilegiado como el de Sergio de Lope? Ser de luz pone muy difícil el reto de la cuantificación, entre otras cosas porque el de Córdoba se encarga de arramblar con cualquier atisbo de frontera. El latido flamenco está ahí siempre, sustentándolo todo. Pero no nos extrañe si en ocasiones creemos escuchar al referente máximo de la flauta en España, Jorge Pardo, o alguna incursión por territorios hispanos de nuestro añorado Chick Corea. Por no hablar de las enseñanzas del rock andaluz, el que supo integrar las guitarras eléctrica y el quejío como si provinieran del mismo cascarón.
Es fabuloso el trabajo del flautista y saxofonista en este trabajo no ya luminoso, sino esclarecedor. Nuestro personaje es a un tiempo improvisador y melodista, como demuestra en la excelente pieza que abre aquí el minutaje: Madre Tierra comienza contemplativa como una banda sonora, introduce algunas frases memorables de flauta y acaba disparándose rítmica y anímicamente como un volcán en erupción. Los pasajes de voces desatadas y multiplicadas remiten al universo morentiano de Omega, mientras que De chiquita nos reconcilia con las bulerías más encantadoras.
Hay docenas, quizá centenares de variaciones dinámicas en estos 50 minutos de música absorbente, lección magistral de un hombre que hasta ahora solo había publicado un trabajo discográfico, A night in Utrera (2015), de presupuesto y alcance más restringidos. Pero Ser de luz es algo muy serio. No fue casualidad el primer premio del Cante de las Minas en la categoría instrumental, evidentemente. Y a Ser de luz le ha sentado bien que ya en 2019 anduviera danzando y asentándose por los escenarios, meses antes de que Sergio y sus cuatro músicos de confianza (todos jóvenes, todos sobrados de mérito) se encerraran en el estudio. No hace falta un grado superior en flamencología: aquí sobran las etiquetas y solo se requiere predisposición al disfrute. Y, mejor aún, al asombro.