Teníamos ganas, muchas ganas de hincarle nuevamente el diente a La Shica, embarcada durante años en proyectos teatrales, multidisciplinarios o cabareteros (Espain, La piel del huevo te lo da) pero que en puridad no publicaba disco con material propio desde los ya lejanos tiempos de Supercop (2010), aún bajo el paraguas de Warner Music. Ahora retoma por fin la andadura y prescinde de aquella antigua alianza con Javier Limón para erigirse en tándem con Didi Gutman, el cerebro argentino que alienta Brazilian Girls.
Gutman aporta sus teclados traviesos, chisporroteantes y juguetones, a veces incluso desmadrados, a un repertorio que ahonda en asuntos a veces mucho menos lúdicos, sobre todo en lo tocante a esa pesadilla de la violencia de género (Mujer rota, Adela tiene un cuchillo). El encanto instantáneo recae en la hilarante Fondona, flamenco-rap con guasa que entronca con el humor memorable de El probador, pero en general se le nota a Elsa Rovayo el poso de sus cuarenta y algún años, el bagaje, la andadura; la sapiencia y también las cicatrices.
Así, la confesional Luz se erige en himno a la esperanza desde los claroscuros del alma, igual que en la sensual La noche, compendio de rap a la manera de Bebe y pop electrónico con muchas posibilidades de cara al gran público. Porque a Elsa se le da casi todo bien y Didi, sin neutralizar el deje flamenco, la arrima durante gran parte del disco a la otra orilla: por decirlo gráficamente, más cerca de Javiera Mena, Julieta Venegas o Aterciopelados que de Martirio. Shica y Gutman se hace breve, sobre todo porque el minutaje se completa con dos versiones más simpáticas que sustanciales, pero eso avala nuestras ansias y su excelencia.