Sílvia Pérez Cruz ha conseguido convertir en acontecimiento todo lo que la rodea, y ese es un mérito incontestable para una artista joven (37 años) y de discografía todavía incipiente. A sabiendas de la expectación que despiertan sus movimientos, la gerundense abre esta entrega con su característica voz trémula abordando en completa soledad los primeros compases de Pena Salada. Son 44 segundos a capela que se erigen en llamada de atención y asunción de responsabilidades: Sílvia es artista muy singular y Farsa procura erigirse en un trabajo concebido en primerísima persona. Una determinación que la honra, aunque ello no implique dar por sentado que todas las decisiones sean indiscutibles.

 

Propone reflexionar Farsa –con la acotación Género Imposible, a modo de subtítulo– sobre el valor de lo consustancial frente a la inanidad de las apariencias; y, de paso, sobre la doble condición mentirosa pero esclarecedora del acto teatral. Pérez Cruz se compromete con su verdad, plural y ecléctica, hasta completar el trabajo de largo más genuino de cuantos la contemplan, aunque no el de acceso más instantáneo. Acostumbrados como estábamos a verla inmersa en proyectos a cuatro manos (junto a Javier Colina o Refrëe), músicas condicionadas por su utilización cinematográfica (Domus) o versiones muy híbridas junto a un quinteto de cuerda (Vestida de nit), Farsa se erige casi en la primera gran oportunidad de contemplarla en vuelo libre.

 

El resultado es mucho más sincero y comedido que de costumbre, sin apenas utilización de ese característico temblor vocal con que se adorna y a veces también se emborrona. Aunque intuyamos que el carácter abiertamente experimental de algunas piezas, ya en la segunda mitad del álbum, se le puede atragantar a sus seguidores más circunstanciales.

 

Las percusiones enraizadísimas de Aleix Tobias en el primer corte marcan el latido orgulloso y el apego por lo genuino, esa toma de tierra tan necesaria en un momento histórico en el que a menudo el ruido (la farsa) prima frente a la sustancia. Bien pensado, Farsa puede entenderse como un catálogo de las geografías musicales que la de Palafrugell siente cercanas, un recorrido coherente desde una saludable diversidad. Y entre los frutos de esta determinación surge Todas las madres del mundo, aderezada por el archilaúd de Javier Mas (el escudero último de Leonard Cohen) y seguramente lo mejor que haya grabado nunca su autora, refinadísima en arreglos y capaz de integrar enseñanzas mediterráneas y el folk de Canterbury en la concepción armónica.

 

Esa Pérez Cruz en estado de gracia es la misma que se aproxima a la ranchera con Mañana, que aporta versos como puñales (“Qué falsa invulnerabilidad, la felicidad / ¿Dónde estará ahora?”). La que deconstruye el fado con Grito pelao o innova en la deliciosamente desconcertante Ensumo l’abril, puzle entre el recitado de Lluís Homar, la filigrana de las voces superpuestas y un pasaje central tan risueño como un vals infantil.

 

El recorrido por las debilidades personales hace paradas más ortodoxas en la canción tradicional de caricia jazzística (Estimat) o el pulso bonaerense del Tango de la Vía Láctea (con bandoneón de Marcelo Mercadante, pocas bromas) antes de enfilar un último tercio sensiblemente más árido. Es el momento de los efectos sonoros experimentales de Fatherless, envueltos en bruma de pesadilla a partir de unos versos de Sylvia Plath. De las disonancias y trío de cuerdas chirriantes para Plumita, a partir de un texto de Mauricio Rosencof, el periodista uruguayo tupamaro que la dictadura encarceló junto a Pepe Mujica y Fernández Huidobro. Y de la aún más peliaguda Par Coeur, con chelo elegiaco, coros lisérgicos y un poco de spoken word, no muy lejos de aquel universo ingrávido de la sueca Anna von Hausswolff.

 

Nunca se mostró tan aventurera Sílvia, que en esta inmersión contemporánea helará alguna que otra sonrisa y que acaso también distorsione un poco el discurso global de Farsa. Pero esta vez es ella, sin tapujos ni intermediarios, la gran protagonista de la historia. Y se agradece no solo la valentía, sino la sensible reducción de maquillajes.

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