Aparquemos por un momento a Julia Holter y demás diosas señaladas por la crítica internacional sesuda: igual resulta que el gran disco en femenino de la temporada, o uno de los más fabulosos, lo ofrece esta enigmática mujer de amarillo que nos observa medio de tapadillo (¿una metáfora de su dificultad para que la descubramos?) desde la portada de Molecules.

 

Sophie Hunger es una cantante y compositora de origen suizo, lo que siempre dificulta que su nombre aparezca con nitidez en los radares anglosajones. Y no nos encontramos ante ninguna debutante: la de Zurich suma ya 35 primaveras y de veinteañera formó parte de una banda local, Fisher, antes de presentarse en solitario a partir de 2008 con Monday’s ghost, un álbum adorado en su país y con el que obtuvo un primer contrato de distribución internacional. Pero ninguno de sus trabajos previos, ni siquiera ese Supermoon (2015) con el que algunos ya aguzamos el oído, se acercaba al nivel fascinante de estas 11 canciones de adicción y amargura, que invitan al tarareo aun a sabiendas de que fueron concebidas desde el dolor y la rabia.

 

Sophie habla de “folk electrónico minimalista” para radiografiar su producción, pero no nos fiemos del minimalismo: por humildad o pudor, Hunger no hace alarde de sus arreglos minuciosos y sofisticados, de la evolución compleja en monumentos a la tristeza como There is still pain left o la letanía en modo menor que encierra Coucou. Los estallidos sintetizados son muy adictivos, desde She makes president (que parece producida por Depeche Mode) a la irresistible Tricks y su desparpajo a lo A-Ha en modo refinado. Y así hasta llegar a I opened a bar, electrónica con recitado y estribillo. Molecules asoma de tapadillo, pero acabará sonando muchas veces en tu salón.

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