Algunos músicos parecen marcados por el infortunio, tal que si un aliento malhadado les persiguiera en cada andanza. Spirit sirve como buen ejemplo al respecto. Grupo mayúsculo, esplendoroso, capacitado para logros que ahora, más de medio siglo después, parecen inalcanzables entre cualquier formación contemporánea, no logró superar nunca esa incómoda condición de banda de culto: reconocida por las élites bien documentadas, perfectamente ignoradas entre el común de los mortales. De hecho, su principal motivo para figurar en la memoria de muchos aficionados proviene del farragoso episodio de plagio que les emparienta con Led Zeppelin.
En este majestuoso debut homónimo encontramos el objeto de la discordia. Cuarto corte, segundo 44: tras una etérea introducción con sección de cuerdas, el instrumental Taurus aborda su motivo central, una sucesión de arpegios descendentes que puede recordar, y mucho, a los que Jimmy Page emplearía tres años más tarde al principio de la celebérrima Stairway to heaven. ¿Casualidad? ¿Evolución armónica convencional? ¿O plagio flagrante? El asunto terminó, décadas después, en los tribunales. Los herederos de Randy California, el desdichado líder y fundador de Spirit, perdieron el juicio. En el fondo, y a tenor de la esquiva fortuna, no podía ser de otra manera.
Controversias al margen, este debut reuniría todas las virtudes y condicionantes para figurar entre las obras magnas de finales de los sesenta, pero solo consta en las clasificaciones alternativas, en los repasos colaterales. Quizá porque Spirit, enclavado por norma general en el rock psicodélico, abarcaba tantos ámbitos (folk, blues, jazz, improvisación, orquestaciones clásicas, arrebatos indios) que el oyente común podía encontrarlo disperso. En tiempos en que Los Ángeles, y toda la Costa Oeste, era un hervidero de creatividad y sustancias suculentas, la banda acrecentaba sus singularidades con un árbol genealógico insólito. Randy, el guitarrista principal, no había cumplido ni los 17 años, pero ya había trabajado para un tal Jimi Hendrix. El otro socio fundador, el batería Ed Cassidy, andaba por las 44 primaveras y podría ser su padre. De alguna manera lo era: Ed estaba casado con la madre de Randy.
Fresh garbage, la pieza inicial, apuntaba ya las evidentes conexiones de Spirit con los británicos Traffic, aunque a partir de una temática insólita para la época: el correcto reciclado de basura. El parentesco con la banda de Steve Winwood (y, de aquella, Dave Mason) se acentúa en Girl in your eye, cuyo sitar parece prestado de Hole in my shoe. Y entre medias, la dulce Uncle Jack evoca a los Who más amigados con las armonías vocales, mientras que Mechanical world suponía la primera gran exhibición de músculo eléctrico, un tour de force que no desentonaría en los directos de Cream.
Nada parecía lejos del alcance de Spirit, donde el otro cantante, el también percusionista Jay Ferguson, rubricaba buena parte del material (asombrémonos con Topanga windows, por favor). En aquella California de los tiempos de Love, igual que en el Nueva York que había alumbrado a Blood, Sweat & Tears, todo era susceptible de suceder. Incluso que un disco de rock se cerrase con un delirio instrumental de 11 minutos, Elijah, donde su compositor, el teclista John Locke, avanza el universo inminente de Chick Corea. Demasiada información, quizás, para la generación jipi. Hoy, en cambio, observamos estrenos discográficos así con una profunda sensación de envidia.
Que excelente artículo!!!
Qué amable, Tatiana. Mil gracias 🙂
Fantastica reseña de éste maravilloso grupo, tan poco conocido o tan olvidado en la actualidad. Muchas gracias Fernando por resucitar estas maravillosas joyas . Un abrazo.