Caramba con el alcance de algunos casos de precocidad. He aquí a los Staytons, esa banda de chavales experimentados y curtidos que afrontan aquí su ya segundo disco, aunque al currículo también hay que añadirle, por si fuera poco, un EP y algún sencillo suelto. Todo ello acontece desde Villaviciosa (Asturias), con un quinteto que acredita una edad media de 22 años y que se lanza en plancha al pop bailable, el funk y el soul como si sus integrantes provinieran de la edad de sus padres y acreditaran los trienios propios de aquella generación.
En castellano o inglés, da igual, porque son bilingües perfectos. Suena a pequeño gran milagro, y probablemente lo sea. En cualquier caso, dejémosles un hueco holgado, porque parecen muy dispuestos a colársenos en las radios y en nuestra lista de las debilidades.
¿De dónde proviene tal desparpajo? ¿Cómo pueden haber confluido unos chavales tan humildes y brillantes a la par? Ya es conocida la historia del cantante, Javi Stroup, cuya familia yanqui es originaria de Stayton, un pueblito de apenas 8.000 habitantes en el estado de Oregón. De ahí el bilingüismo y, sobre todo, la apertura de miras. La solvencia descarada. La capacidad de picotear aquí y allá a sabiendas de que van a salir razonablemente airosos. Cuando el mundo les descubrió con Singularity (2018). alguno aún tenía que acudir a los bolos con el permiso paterno en el bolsillo. Por entonces les tomábamos por unos Franz Ferdinand con tirantes. Ahora quizá ya no tengan que exhibir tantas veces el DNI antes de acceder a los garitos, aunque ellos, por aquello de la versatilidad y las horas de vuelo, deben ser más dados a manejarse con el pasaporte. Y aunque sigan amando a Alex Kapranos, la rompedora apertura rítmica de Common time los coloca más en la órbita de Muse, aunque con más finura y menos ínfulas.
Su amor por los ritmos ochenteros llega incluso a los títulos, como en Fiesta de los ochenta, mientras que La última canción apunta más hacia el funk blanco y bailable de viejas y olvidadas figuras como Chaz Jankel. Mientras haya baile les conduciría de cabeza a telonear a Foster the People, aunque quizá los dos mayores aldabonazos haya que anotarlos con la descaradamente bailable 11.05 (Somebody in the night) y la no menos noctámbula Corazón de latón, a dúo con la madrileña Nat Simons y con ese pálpito hedonista que tantas alegrías les ha proporcionado a hermanos mayores –en términos generacionales– como Miss Caffeína.
Queda aún la faceta más soul y, digamos, adulta; aquella en la que, como en Con hambre, la trompeta de Luis Ángel Sánchez adquiere mayor prevalencia y Litus parece anotar alguna línea melódica (muy en particular, aquella que dice: “Nunca ver venir, quién te va a decir”). Hay muchísimo margen para la sorpresa aún, sin duda. También para la mejora. Y todo ello multiplica exponencialmente nuestra curiosidad por estos curtidos pipiolos que nacieron con el cambio de milenio.