Los trabajos de Sufjan Stevens, hombre prolífico y a veces inabarcable, siempre son apasionantes. Pero Javelin forma parte de un apartado específico: el de las conmociones. No hablamos de un disco particularmente hermoso, incluso avasallador en su belleza, que lo es. Nos referimos a la culminación de un triángulo equilátero para la historia de la música popular en este primer cuarto del siglo XXI que ya contaba en sus otros vértices con las dos obras magnas e irrefutables de este hechicero de la emoción a borbotones: Illinois (2005) y Carrie & Lowell, justo una década más tarde. Ahora hemos de concebir estas 10 nuevas canciones como una culminación. Y, de paso, una revelación.

 

Stevens siempre tuvo aureola de enigmático y hermético, pero la lectura de Javelin ya nunca podrá disociarse del tuit que difundió por sorpresa el mismo día de su publicación, y en el que daba cuenta de la pérdida en abril del gran amor de su vida, que resultaba ser un hombre. La salida del armario solo corrobora lo que era una intuición generalizada, pero el fallecimiento de Evans Richardson redimensiona este disco y lo dota de pleno significado. Ya no podremos volver a escuchar Goodbye evergreen, su enigmático arranque, como una balada que torna en desasosiego, sino como una apoteósica elegía. En cuanto a Will anybody ever love me?…, en fin, solo nos quedará constatar que seguramente no se haya escrito nada tan hermoso en todo este 2023.

 

La capacidad del genio de Detroit para levantar grandes arquitecturas a partir de sus tenues arpegios gana nuevos enteros en muchas de estas partituras, monumentos a la congoja (So you are tired) o, en el mejor de los casos, a la esperanza desvanecida (Everything that rises) ante los que no se puede salir indemne. Stevens vuelve a completar sus lienzos capa por capa, emprende cada obra como un retratista austero que va sumando elementos hasta completar auténticos estallidos de color. Y es un proceso que vuelve a afrontar en soledad: él se encarga de interpretarlo todo, salvo por la colección de voces que tantas veces convierte este disco en una filigrana coral.

 

Así son las cosas, con Sufjan en estado de gracia: a partir de unas hechuras minimalistas, los cimientos van recubriéndose y cobrando el aspecto de una magna obra catedralicia y deslumbrante. Y cuando creíamos conocer ya todas las técnicas edificatorias, Sufjan destapa un par de sorpresas finales: la irrupción de las guitarras perturbadoras de Bryce Dessner (The National) en los ocho minutos y pico de inquietud con Shit talk y la concesión última de una versión de Neil Young, There’s a world, como epílogo para estos cuarenta y tantos minutos ya históricos. Es un giro bello e inesperado, pero, si bien se piensa, Young y Stevens saben mucho de congojas inabarcables y de voces atribuladas. Todo ello completa el significado de Javelin, un disco llamado a que sigamos recordándolo muchos años después de hoy.

2 Replies to “Sufjan Stevens: “Javelin” (2023)”

  1. Sufjan Stevens es un gran musico. Todo lo que he escuchado es abrumador en sencillez y efectividad, gigante en intimismo y a la hora de crear atmósferas de melodías entrañables. Aunque sigo esclavo de Mystery of love, canción con la que lo descubrí a este músico, catalogado como ‘indie’ por un tipo de prensa que parece no saber escuchar música sin etiquetarla antes. ¿Que tiene Stevens de Indie? Es un hacedor ambientes recónditos, aparentemente sencillos y con unos arreglos precisos, lejos de las grandilocuencias que a las que nos sometían las producciones de las grandes discográficas (pienso que quince años antes, Sufjian habría sido pasto de orquestaciones vacuas y estridencias sonoras). Ahora, con las empresas reconvertidas en otro entretenimiento, la música vuelve a abrirse paso dejando constancia de esas verosimilitud que se fue perdiendo en pos de millonarias ventas en escalofriantes cifras mundiales. Y creo que lo que gusta al planeta entero…

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